Hacer arquitectura para las personas. Desde una perspectiva responsable con su entorno más inmediato; pero también con nuestro mundo –hoy más pequeño que nunca- y sus habitantes. Los que estamos ahora. Los que vendrán pronto.

Ser responsables con los habitantes finales de esa nueva arquitectura. Esos que nada entienden de frivolidades. Los que no traspasan las puertas de nuestro estudio, pero ponen a prueba nuestras creaciones por toda su vida útil.

Ser consciente que la Arquitectura es un proceso complejo que supone creatividad e innovación, pero también sensibilidad, normativa y construcción. Se necesita todo un equipo interdisciplinar para hacerla real, para hacerla habitable.

Mis alumnos de ingeniería industrial, en las áreas de materiales y estructuras de la Universidad de Huelva, me aportan una visión más fresca y menos corporativa de mi propia disciplina.

Muchas más cuestiones que los estilos, las tendencias o los movimientos influyen mi arquitectura. En ocasiones es el puro azar quien hace los mejores descubrimientos. Otras, de lo que parecía una restricción; una delicada cuestión de programa o de presupuesto, nace lo verdaderamente hermoso.

Lo mejor casi siempre resulta de confrontar mis propias ideas con las de otras personas. De ese proceso dialéctico por altibajos que tan a menudo nos pone a prueba a los profesionales creativos.

No hay modelos preconcebidos ni preguntas inconvenientes. Me gusta que mis proyectos se expliquen con una o dos ideas básicas. Sencillas, pero potentes. Capaces de configurar por sí mismas toda una propuesta arquitectónica.

Los resultados obtenidos en mis primeros concursos me han enseñado que hacer buena arquitectura es posible si pongo en ello todo mi empeño y trabajo duro hasta conseguirlo. A veces resulta duro. Casi siempre complicado. Ser capaz de disfrutar con el resultado la mayoría de las veces es para mí un privilegio. Algo que me recuerda porqué elegí dedicarme a esta profesión.