Nos encontramos en un lugar donde el entorno tiene una fuerza especial, la presencia de bosques a todo su alrededor, una gran roca que emerge del paisaje generando el poblado rodeado de ríos, posicionandose magestuoso, frente a una sucesión de montañas camaleónicas. El verde del verano, los ocres en otoño, la ausencia de follaje en invierno, hayas que como sombras vigilantes apuntan al cielo, el reverdecer de la primavera, el viento que mece sus ramas, la luz que aparece y se posa en la plaza, la iglesia, el románico casi inacabado, el trazado medieval, un pueblo que parece parado en el tiempo congelado por el paisaje que casi intacto ha dejado reposar por años y años, su pasado volcánico, la roca que emerge y se hace muro, se hace casa, espacios de lava.

La finca formada por muros basálticos descansa en un enclave único, viendo hacia la plaza atraviesa hacia el bosque, mirando hacia atrás, tiene todo un valle dorado, abrirse al paisaje, introducirlo hacia adentro, fragmentos de paisaje que se expanden y penetran el interior de la finca, la presencia del sol basculante, por ambas fachadas aparece y se desvanece, hacia un lado un bosque cerca, hacia el otro muchos bosques que se hunden en el río, que suena, siempre suena. Las alturas, una casa-pajar que asoma al nivel de las aves e invita a entrar, cruce de vientos, del norte y del sur se entremezclan airando el espacio, filtrando por sus muros y vanos, articulaciones que a manera de válvulas oxigenan el interior. Espacio en tienieblas que sugiere ser intervenido y a manera de cirugía dejar entrar la luz, el sol, el viento, el bosque y sus sonidos.