En el centro histórico de Barcelona, se propone hacer uso del techo de un edificio del siglo XVIII para transformarlo en un espacio habitable, un lugar en donde originalmente estaban localizados los tanques de agua que abastecían al edificio.

 Un espacio mínimo que se amplía al abrirse a lo largo de toda su fachada hacia el espacio exterior, convirtiendo el acceso en una gran terraza hacia la cual se extiende el interior de la vivienda, permitiendo la entrada del sol a lo largo del día. El skyline que se contempla desde aquí es una continua línea de cubiertas góticas que abarca desde la iglesia de Santa María del Mar hasta el último rincón del complejo laberinto urbano del trazado medieval.

A manera de cirugía se interviene en el edificio para sutilmente abrir, cerrar, suturar y añadir pequeños elementos que le den un nuevo sentido a la obra.

La luz cenital entra por articulaciones creadas en el tejado entre las vigas, el mobiliario se construye a partir de la arquitectura, envolviendose y desenvolviendose dentro y fuera de los muros para generar uno u otro espacio.

Ricnones cambiantes que se transforman y se extienden hacia el exterior, conectando el interior con el jardín en altura, la terraza.

Muros de luz compuestos por un juego de sombras naturales integran el jardin hacia el espacio central, cada espacio se despliega de forma distinta dando lugar a diversos usos a lo largo del día.

La bañera transparente juega un importante papel como reflector de la luz cenital generando una serie de reflejos naturales que constituyen la textura del paisaje interior.

El volúmen superior, antiguo gallinero, se transforma en habitáculo desde el cual a través de su cubierta transparente y móvil se puede dormir bajo el cielo Mediterráneo.