Siempre me ha gustado pintar acuarelas, acostumbro a llevar un pequeño cuaderno de apuntes, un rotulador permanente de punta fina, mi cajita de pinturas y un pincel en la mochila. Pinto árboles, calles, fachadas, balcones, plazas con niños jugando, fuentes… 

Llevaba tiempo rondándome la cabeza la idea de hacerme con un refugio propio donde poder hacerlo cómodamente, lejos de las inclemencias del tiempo y las miradas indiscretas de los viandantes. No me gusta que me miren cuando dibujo.

No recuerdo en qué momento decidí dar el paso. Mis prioridades, ventanas en todas direcciones para no perderme ni un detalle de lo que pasa fuera y espacio suficiente en torno a ellas para colocar un telescopio que me ayude a alcanzar con la vista toda la ciudad. Poder verlo todo sin ser vista. 

Los de la grúa me tomaron por loca cuando les pedí que colocaran mi cabanon en la cima de aquel edificio tan alto.