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Cuando empecé mi primer año en la escuela de arquitectura, las obras de Rafael Moneo fueron de las primeras cosas que recuerdo aprender. Siempre ha despertado en mi un gran interés y ahora, cinco años más tarde, he tenido la oportunidad de aprender directamente de él.
De repente, llega el momento en el que te encuentras en Madrid, preparándote para tu primer día en su estudio y tienes la sensación de que aquello que estás viviendo no te está ocurriendo a ti. Sientes los nervios, la emoción… Sensaciones que aparecen los primeros días y se quedan contigo durante los seis meses. Todo es nuevo, desde los conocimientos que aprendes hasta las personas que conoces.
Al poco tiempo, te das cuenta de que el estudio tiene algo especial, porque mantiene una forma de proyectar que ya pocos estudios conservan. Donde una maqueta sigue siendo una herramienta de trabajo, donde cualquier trazo se debe hacer con rigor… Ya no solo comienzas a desenvolverte en ámbito profesional, sino que todo lo que haces encierra un carácter didáctico que te enriquece como estudiante de arquitectura.
Sin embargo, llega el último día, y toca despedirte de todos ellos. Puedo decir que he podido aprender muchas cosas, pero el mejor regalo de todos ha sido el poder compartirlo con estas personas. Ya solo me queda decir, gracias.