El grupo de arquitectas Fru*Fru nos convoca, a dos miembros de otresmucheres[1], al Taller de Invierno de proyectos de la UA[2], para trabajar con sus alumnos estrategias de intervención urbana a partir de la creación de afectos según las prácticas que estamos desarrollando. Fru*Fru invita a Eloy Fernández Porta y Agustín Fernández Mallo a liderar el evento. Fernández y Fernández proponen como reto reflexionar sobre lugares de emoción extrema.
Nos aliamos con un grupo de alumnos que se han constituido como "We are the city heroes". Estos superhéroes urbanos, se dedican a desenmascarar, mediante una serie de videos, conflictos que amenazan al funcionamiento de la ciudad. Juntos, decidimos rescatar uno de los lugares afectados que han detectado: la rotonda de acceso a la U.A.
Se trata de un espacio prohibido y tentador que se exhibe en una zona concurrida de la ciudad. Resulta tentador ya que se configura como una gran zona verde en una ciudad donde los parques escasean. Nos está prohibido acceder a él porque, aunque ahora permanece en desuso, se construyó para proteger a los peatones del paso del tranvía. La línea 2 del Tram debía atravesar este espacio, pero nunca llegó a entrar en funcionamiento. Las vías quedaron abandonadas inutilizando el lugar. Cubierto con un césped fresco que se regaba cada día, alumbrado por las noches, dotado de electricidad y salpicado por árboles que proyectaban una agradable sombra en verano, el acceso a este espacio estaba bloqueado por un amenazante semáforo en rojo que custodiaba las vías inactivas. El semáforo advertía de un peligro inexistente, era imposible ser atropellado por un tranvía que no existía. La luz roja no hacía más que mantener el miedo a un fantasma.
Decidimos trasladar la sesión de taller a la rotonda. Como formábamos un grupo numeroso, nuestra presencia llenaba el espacio y podía ser suficiente para llevar a cabo una acción transformadora. Inspiradas por el recuerdo de Annie Sprinkle dejándose invadir por la sensualidad del entorno, decidimos hacer una sesión de eco(urban)sex. Quisimos conocer físicamente el lugar para averiguar si conseguíamos desarrollar una relación afectiva con él que deshiciera los prejuicios y el miedo que lo marcaban.
Tratamos de desterritorializar nuestros cuerpos en relación a él, para así perder el hábito de "no pasar". Tratamos al mismo tiempo de desterritorializar el lugar, sacándolo de la red de transportes a la que pertenecía únicamente en el papel, en los planos obsoletos.
Nos instalamos allí, pasamos todo el día en la rotonda. Charlamos, nos conocimos, preparamos una comida y acondicionamos el lugar para el picnic. Empezamos a sentir lo agradable de aquella explanada de césped, perfectamente nivelada por los trabajos que se habían realizado en ella. Su forma y dimensiones eran propicias para acoger a un grupo grande como nosotros. La falta de normativa del espacio, si olvidábamos su uso fantasma para el Tram, nos permitía pactar cómo actuar en ella, a nosotros, sus únicos y efímeros usuarios, por el momento. Al acabar el día no dejaríamos construcciones que impusieran un uso posterior, nuestro único objetivo era liberar el espacio del código de actuación que imponía y que se ejercía a través del miedo.
La presencia del semáforo y de las vías seguía molestando, tanto a algunos de nosotros como a la gente que pasaba y sentía, por un momento, que nos jugábamos la vida. Enseguida se daban cuenta de que estábamos seguros.
Continuamos con micro-transformaciones paisajísticas realizadas a través de pequeños juegos para que nuestros cuerpos conocieran el terreno, para que éste se nos mostrara más amable, para buscar un bienestar corporal a través del contacto y para crear ese afecto que nos hiciera superar los códigos del miedo. Acariciamos las vías mientras las protegíamos con cinta de carrocero para acabar salpicándolas con spays de colores. Vendábamos con picardía los semáforos, como en una sesión de bondage, hasta que dejaban de ser amenazantes. Los coches que pasaban nos vitoreaban.
Acondicionamos el lugar con mesas, sillas sombrillas, papeleras, lo ensuciamos, lo tambaleamos y amablemente lo recogimos.
Cuando llevábamos unas cuantas horas todo el mundo lo llamaba plaza en vez de rotonda y nos resistíamos a retirarnos. Unos videos de eco(urban)sex quedan como testimonio de esta historia de amor con el lugar. Fue un primer paso en la conquista de un espacio público.
[1] La socióloga Heura Posada fue el otro miembro de otresmucheres que participó en el taller.
[2] Taller que organiza anualmente la Escuela de la escuela de Arquitectura de la Universidad de Alicante.