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Un friso de 80 cm de ancho rodea completamente la estancia. Está compuesto por dos bandas: una superior, alegórica y textual, que remite a las pinturas tradicionales romanas y que muestra una serie de figuras en actitud íntima. Y una inferior que presenta un breve ensayo mural/arquitectónico retratando una serie de objetos geométricos con voluntad teórica más que metafórica.

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El espacio donde es realizado el mural es una de las habitaciones más intimas de la casa: el baño. La actual sobre-exposición derivada del uso de dispositivos móviles plantea cuestiones sobre la jerarquía de espacios dentro de la vivienda y el significado de la privacidad. Los límites físicos que procuran los muros o puertas no son capaces de contener la exposición. Lo privado no es secreto, simplemente no es público. Es exclusivo a los presentes, no a una audiencia invisible.

La banda superior del friso recoge una colección de individuos desnudos que ilustran un repertorio de placeres y desgracias tales como la confusión, el aburrimiento, la indiferencia, el deseo, el amor, la vanidad, la indecisión, la ira, la admiración, la envidia, la burla, la posesión, el reproche, el secreto, la ideología, el odio, el miedo o el honor. Estos escenarios y emociones no solo se potencian en el ámbito privado sino que cada vez es más frecuente encontrarlos como moneda de cambio de herramientas digitales sociales.

La banda inferior es un ejercicio mural de continuidad y percepción resultante de la superposición de un sistema bidimensional (pintura) aplicado sobre uno tridimensional (el muro), un sistema estático (imagen) frente a uno dinámico (espacio). Las maquetas planas son una buena prueba de la superposición de sistemas: solo recuperan su cualidad arquitectónica al ser plegados de nuevo y restaurar su volumen.

Los objetos representados a lo largo de la banda adquieren particular interés en las esquinas, donde se lleva a cabo un breve ensayo: la transformación de una esquina cóncava en una convexa a través del uso de la pintura, una alternativa teórica empleando medios analógicos.

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En definitiva la arquitectura se construye con y para los sentidos, no para las emociones. Las emociones no son activos propios de la arquitectura, son reactivos, surgen como respuesta a través de la experiencia individual. Por tanto no pueden emplearse como elementos constructivos, escapan a todo control, esa es su belleza.