La propuesta rehabilita un inmueble prototípico residencial, que ya incluía una pequeña tienda de ultramarinos, construido en 1954 y ejecutado a medio camino entre la tradición vernácula y la modernidad local. Dos muros de piedra de canto de río al oeste y al norte se cierran al sur y este con piezas cerámicas y se cubren con un elemento de viguería de madera y pizarra. Posteriormente se amplía una altura en 1976, empleando técnicas ya propias de la tradición moderna con forjados de vigueta cerámica además de la reutilización de la misma viguería de madera de la vivienda original para la cubierta.
La operación, en el contexto rural-urbano, resuelve en primer lugar una cuestión de posición con respecto a la alineación oficial actual, que ya no es coincidente con la original. Así se opta por construir un zócalo que regulariza la pieza, pero que no puede mantener la ortogonalidad con la preexistencia. Sobre el límite de este plinto se eleva una urdimbre que genera unos planos casi virtuales, una especie de velo geométrico levísimo, que se solidifica o diluye en función del escorzo y que posibilitará el desarrollo futuro de la oficina. Ha de ser un soporte para la vegetación, la sombra, medios audiovisuales u otros elementos.
La casa que preexiste ofrece una cara interna y otra externa. Al interior se trata de obtener el mayor espacio disponible. Se descubren en la operación de vaciado algunos encuentros entre materiales que tratan de repararse de forma conveniente, al tiempo que se provocan otros que sirven al nuevo uso. Estas confluencias se resuelven en planos, collages o líneas que se convierten a su vez en acuerdos entre los diversos tiempos del edificio. El nuevo hormigón entra en diálogo con el ladrillo y la piedra produciendo a una cota determinada un plano virtual de convergencias entre la preexistencia, las luces y la reforma. Los interiores rotan en torno a una caja que articula el espacio. La parte inferior, fría, de hormigón y aluminio, aporta difusión de luz y reflejos. La superior, más cálida, de madera de pino, resulta adecuada para los usos de hábitat, lúdicos y de reunión, que se expanden al exterior a través del vidrio que mira hacia el paisaje montañoso de El Bierzo.
En su cara externa el edificio trata de desmaterializar su presencia mediante el empleo del policarbonato típico de los invernaderos del lugar. Es una piel que se escala gracias a los huecos preexistentes, recortados de forma afilada, y se interrumpe por los grandes nuevos. Un sistema a medio camino entre su extrañamiento en el entorno y su integración dimensional. La trasformación provoca una pérdida de masividad que se potencia con la elección de un color gris que vincula la fachada con el cielo. Los alzados vibran en sentido horizontal, haciendo resonar la veladura con el policarbonato; mientras se deshacen en el cielo a medida que ascienden.
Todo el discurso se consolida precisamente en el aire atrapado entre la veladura y la fachada. Ese espacio intermedio permite que el viejo volumen respire, al tiempo que toma cierta intimidad con respecto del contexto exterior. Un lugar diluido, que es colchón entre el dominio público y el privado, que ya está listo para habitar pero que el tiempo se encargará de construir.
El proyecto se cierra atendiendo a su representatividad, más concretamente en la noche. El aire contenido se alumbra, generando un halo real, que es al tiempo seña de la oficina y faro en la cruz que dibuja el cruce de carreteras.