Los centros se vacían.

En su libro La producción del espacio (1974), el filósofo francés Henri Lefebvre explicaba por qué ciertos fenómenos urbanos —como la gentrificación— no son evoluciones naturales o casuales de la ciudad, sino el producto de la inercia de ciertas estructuras político-económicas del capitalismo contemporáneo. Unos procesos artificiales que con frecuencia provocan una transformación social que termina con la expulsión de las clases populares y comercios locales del centro hacia barrios periféricos en favor de ciudadanos más pudientes, turistas y franquicias globales.

Uno de los máximos exponentes en España de este fenómeno transformador es el barrio madrileño de Chueca. Conocido por su conflictividad durante los años ochenta, la aparición de nuevas estructuras sociales al margen del sistema, contribuyó a su paulatina regeneración hasta convertirse en un distrito cosmopolita e inclusivo. En los últimos años, debido al crecimiento exponencial del turismo y el surgimiento descontrolado de los apartamentos de alquiler vacacional, el barrio ha sufrido un vaciado de su identidad en favor de la estandarización y banalidad propias de la globalización.

Situado en uno de sus bordes, el proyecto reivindica la identidad propia de Chueca al tiempo que busca recuperar la producción local y artesanal en el barrio, tanto en la elaboración del helado como en el proceso constructivo. Reivindicando de esta forma oficios tradicionales y soluciones específicas frente a la replicación sistemática y ajena al contexto extendida en el mundo del retail.

La propuesta parte de tres premisas fundamentales: un presupuesto reducido (275€/m2), el desarrollo de una imagen reconocible (ausencia de branding de marca) y un tiempo de ejecución limitado (3 semanas).

En respuesta a estos tres puntos de partida, se propuso la creación de un paisaje artificial y abstracto donde la percepción de escala se desdibuja a través de un único gesto: el uso del color RAL 5015. Esta estrategia responde a una economía
de medios a modo de manifiesto ecológico evitando las demoliciones y la generación de residuos. Además, al mismo tiempo que permite unificar el espacio y dejar visibles las distintas capas históricas, el empleo del color dota al conjunto de una identidad reconocible y contribuyó al desarrollo posterior del branding de la marca. Por otro lado, toda la maquinaria instalada en el local proviene del mercado de segunda mano, reduciendo de este modo no sólo el coste financiero sino también la huella de carbono asociada a su fabricación.

Por su parte, una luminaria de geometría circular revestida de textil tensado se erige en el elemento central del espacio y punto focal de reclamo desde el exterior. Gracias a la variación cromática, esta pieza dota al local de múltiples cualidades físicas y sensoriales dando lugar a una experiencia atmosférica cambiante a lo largo del día y creando un oasis urbano refrescante.

En cuanto a la distribución, el programa se organiza en dos bandas paralelas, clientes y empleados, separadas por una pieza central revestida de espuma de poliuretano proyectada que atiende a las necesidades propias de una heladería, haciendo
a su vez de mostrador, barra y encimera, y que dota al espacio residual de máxima flexibilidad.

El proyecto es, por tanto, reflejo y consecuencia de la sociedad contemporánea a la que deben hacer frente los arquitectos donde, de acuerdo con el ‘Less in Enough’ de Vittorio Aureli, el ascetismo es entendido como forma de resistencia, no como una máxima estética. Un imperativo económico y ecológico que, sin duda, definirá el futuro de nuestro paisaje construido.