La domesticidad del espacio público en el rural

En el corazón de la Serra da Groba, con un horizonte recortado por las cimas de las montañas, los pequeños núcleos de habitantes se concentran en torno a un punto de agua, para, después, consolidar el núcleo con una Iglesia, un Cruceiro, un bar…elementos que generan centralidad en un entorno donde el trabajo del campo era colectivo. Los campos de cultivo se agrupan próximos a las viviendas para que ganado y demás animales puedan pastar metros más arriba, en el altiplano. Silvicultura, agricultura y ganadería rodean las viviendas en círculos concéntricos gestionando el territorio mediante pequeñas comunidades de vecinos.

Burgueira es un ejemplo de esta jerarquía donde, en un antiguo cruce de caminos, se colocó un cruceiro que consolidó esta centralidad generando lo que hoy conocemos como Praza do Campo, un lugar de trabajo y reunión para los vecinos. Un espacio doméstico, adaptado a la escala del pueblo, un atrio público donde poder realizar tareas del campo compartiendo vivencias.

La arquitectura como estrategia: el trampantojo

En 1973 se decidió mover el epicentro de la plaza. El cruceiro se desplaza hacia un lateral, perdiendo su razón de ser: el hito de un cruce entre caminos. Sumado a esto, en 2005, un gran muro de hormigón chapado en piedra con un pequeño garaje/almacén para albergar elementos comunales genera una terraza donde no se puede plantar ni colocar un pavimento permeable: la plaza se convierte en una cubierta plana, vacía, sin sombra, sin alma.

El encargo es recuperar la plaza. Manteniendo el cruceiro en su posición lateral, conservando el almacén y el muro chapado perimetral y las escaleras laterales. Es decir, recuperar un centro que no existe. Generar sombras donde apenas se puede plantar. Crear una plaza con espacios que no promueven la convivencia: bancos descontextualizados, una fuente ornamental fuera de escala, un pavimento sin una directriz clara…

En este contexto, el proyecto trata de devolver al cruceiro su posición central sin desplazarlo generando una serie de trampantojos. Una secuencia de capas de cebolla que concatenan áreas de convivencia, enfatizan visuales y ocultan otras, creando una lógica espacial centrípeta que nace a partir de la base del Cruceiro.

La recuperación de los oficios tradicionales

Así, el pavimento de adoquín nace como una gran alfombra que se regla según las directrices de su base, un material tradicional que habla a través de su colocación. A continuación, un pavimento de hormigón conecta las escaleras existentes con el vial y el mirador para, con un gran banco perimetral, acotar la plaza, abrazarla y recuperar su “centralidad”. Se trata de transformar un vacío con un cruceiro lateral en una secuencia de espacios que crean un nuevo centro que converge en el cruceiro.

El nuevo banco recupera la topografía original, aquel banco de piedra donde los vecinos compartían vivencias, asume una rampa que comunicará la plaza con el futuro centro social y, además, la confina obteniendo un espacio doméstico, de pequeña escala, que recupera los oficios de cantero y herrero, los vecinos se interesan, ayudan, opinan sobre los diseños de pérgola y barandilla. La vegetación se inserta como un aro más en los límites donde permite ser plantada. Varios robles se enfrentan al banco creando un espacio de amplia sombra.

El abrazo a las preexistencias: su integración

En este juego de capas, la parra, espacio tradicional de reunión, completa la línea del cruceiro y dirige la mirada a la torre de la Iglesia creando un espacio de sombra y “cerrando” virtualmente el lateral Este confinando de nuevo la plaza. Acotándola. Dirigiendo la mirada a su corazón, evitando el vial.

La pérgola abraza la plaza. La nueva barandilla, la dulcifica. Elementos ligeros que restan peso a la masa pétrea que se concentra en pavimentos y banco perimetral, compuestos por grandes bloques de piedra que encajan gracias a un arduo trabajo de cantería.

La plaza vuelve a ser un atrio, una nueva puerta de entrada a la vida pública de la comunidad. Un espacio que dirige la mirada, que concatena los elementos arquitectónicos y los funde. No hay límites si no transiciones: entre lo público y lo privado, entre lo doméstico y lo indómito. El resultado parece abrazar un vacío, un espacio vacío que ahora está lleno, lleno de alma.