Cada una de las escenas se nutre de la relación con la naturaleza, la prexistencia urbana y los nuevos elementos arquitectónicos. Se trabaja con el desnivel como límite físico con el fin de crear una percepción de perímetro sin la necesidad de trazarlo. Igual que en el jardín británico del s. XVIII, la propuesta de paisajismo se piensa desde la pintura, y con ello, los mecanismos compositivos persiguen la creación de escenas con distintos elementos y planos de profundidad.
Destacan tres escenas principales en el trazado entendidas como hitos:
Trabajamos la topografía y estudiamos el arbolado existente para ubicar un graderío tallado en el terreno que se convierta en un lugar de descanso y apreciación de la naturaleza y otras escenas. Junto a él, un parterre con nandinas, fotinias y lavandas: estas flores crean contraste con las líneas rectas y la permanencia de la arquitectura, así como el inmovilismo de las rocas. Las flores cambian según la temporada, aportando colores y aromas a la escena.
Previo a la intervención existía un camino rectilíneo acotado en sus dos lados por bordillos de hormigón que dejaba a los árboles (y su sombra) fuera del recorrido. El nuevo trazado se plantea como un desarrollo entre los árboles y cerca del límite en contraste con la prexistencia.
Para ello, recuperamos y reutilizamos los bordillos que anteriormente conformaban el límite del trazado para transformarlos en el nuevo camino. Con este gesto, naturalizamos la zona del antiguo camino, economizamos la intervención, reducimos el impacto ecológico y acercamos al paseante a la arboleda.
El trazado aparentemente descontrolado, lleva implícito un deseo de libertad de crecimiento. En torno a ella, la naturaleza es agreste, con un tratamiento natural no manipulado. La idea de la escenificación y la importancia de la jardinería, ya no pensado en planta sino como sucesión de eventos, se une a la experiencia.
De entre los elementos arquitectónicos destaca una pasarela metálica. Este elemento rompe el límite topográfico que acompaña al visitante en su recorrido, generando una nueva percepción espacial y metiendo al espectador directamente dentro de la escena. La arquitectura tiene, esta vez, otra manera de ser vista: la visión desde el interior. Así como hasta ahora la pasarela ha sido una pieza “para ser vista”, ahora es la pieza desde la que se ve: es el marco de la escena el que cobra gran importancia.
Con orientación norte-sur, la pasarela se ubica en el límite urbano y constituye el final del trazado. Desde aquí, el visitante se apoya sobre el borde para mirar al oeste, a la puesta de sol. La topografía del lugar otorga unas visuales privilegiadas de la sierra oeste de Madrid.
El proyecto, que nace inspirado en la composición pictórica y el Sharawadgi, recupera elementos existentes para llevar al espectador a través de unas escenas que le hacen entrar en contacto directo con la naturaleza y el límite del paisaje.