La imponente presencia de Peña Oroel, la propia sección de la ciudad de Jaca, exigía pensar en la cubierta como algo más que el mero hecho de la protección del sol, de la lluvia y de la nieve del invierno. La cubierta se presentaba como la quinta fachada del edificio, e incluso como la primera y principal. La fachada que la ciudad de Jaca iba a percibir en esas noches abiertas donde el firmamento perfila la silueta de la Peña.

La cubierta vuela sobre la piel exterior con el objeto de proteger a esta de la incidencia directa de los rayos del sol, en tanto en cuanto la estructura en un segundo plano permite transmitir al edificio esa imagen pesada pero al tiempo ligera, contundente pero respetuosa con el entorno, con ese carácter casi ingrávido, flotante, del que emana la luz en estado sólido.

Tres eran los problemas fundamentales a los que la idea o concepto del edificio debía atender:

Servir de puerta y acceso al complejo. Generar una gran Plaza pública que relacione todas las actividades al tiempo que resuelva los problemas topográficos del solar, y las dotaciones de aparcamiento previstas, (500 plazas) con la mayor naturalidad posible.

Completar la sección topográfica de la ciudad de Jaca generando un gran graderío público que al tiempo que permita contemplar cualquier espectáculo, ponga en valor en mayor medida la presencia de la Peña Oroel. Apoyarnos en la sección natural del terreno, construyendo una cubierta que acote el espacio y proteja del sol la topografía ya existente, que potencie la imagen de mirador y balcón de la ciudad hacia el paisaje.

Mantener una imagen propia y reconocible constituyéndose como símbolo de la ciudad de Jaca, pero respetando y potenciando la imagen del edificio con la ya existente en el horizonte Sur de la ciudad.

Una gran placa pétrea se desliga de los cimientos de la ciudad y alumbra el hielo del subsuelo, una grieta en cuyo interior se esconde un mundo de cristal, un mundo de reflejos y transparencias, un mundo de luz.