Esta investigación pretende analizar el proceso de ajuste entre la edificación y el espacio libre, las dos clásicas solicitaciones del diseño urbano, de cuya relación, entendemos la forma de la ciudad.
La investigación que se plantea, parte por tanto, de varias premisas, que acotan su planteamiento. Se refieren a la escala de estudio del fenómeno urbano, al contexto espacial en el que nos centramos y a la época temporal en que se producen. El ámbito de estudio es la ciudad de Pamplona y su desarrollo urbano de 1950 a 1990. Una etapa, de gran interés, tanto por el enorme proceso de expansión urbana acontecida, como por su proximidad e influencia en nuestros días.
Ahora bien, si la ciudad se produce en la relación entre edificación y espacio libre, puede afirmarse que, en muchos momentos históricos ha predominado más un aspecto que otro. La segunda mitad del siglo XX, en ciudades medias españolas, son ejemplo ese intento de ajuste. Como veremos, esa relación ha experimentado un proceso en que, la definición del espacio urbano comienza por su desconfiguración, dejando al tipo edificatorio con una gran libertad de diseño para la distribución interior de la vivienda.
Quizá el Primer Plan General, el Plan de 1957, con el que se inicia la tesis, representa el último intento ecléctico, entre esa concepción eficiente del espacio urbano y las nuevas ideas del Moderno. En el plano de zonificación del Plan General se delimitaba el desarrollo de la ciudad, se diferenciaban los diferentes usos del suelo y de sus intensidades y se definía la estructura viaria y de espacios libres, que ha ordenado y condicionado el desarrollo de la ciudad hasta nuestros días.
Dentro de los parámetros de ese Movimiento Moderno, se puede observar, un protagonismo absoluto de las formas edificatorias, que iban evolucionando desde las formas lineales más ortodoxas, hasta las más escultóricas. Como se sabe, la disposición de estos bloques, influida por criterios de soleamiento, evitaba las alineaciones y daba lugar a un espacio libre indiferenciado, en muchos casos residual, en el que el único criterio empleado fue la segregación peatón-vehículo; y este posible criterio de diseño acabaría sin razón de ser, pues la apertura de penetraciones en fondos de saco fue progresivamente invadida por el automóvil.
Más adelante, en lo que se ha denominado ‘Moderno reformulado’, se comienza a replantear esos espacios libres residuales, y a disponer la edificación en función de unos espacios con mayor sentido, aunque no siempre eficaces y coherentes. Los polígonos residenciales planteados serán de mayor dimensión, o se agruparán por sectores, de manera que la demanda de espacio libre se pudiera resolver en los mismos.
Sin embargo, la articulación entre la edificación residencial, el espacio libre y los equipamientos se fue haciendo más compleja al introducir fines sociales y compositivos, cuyo paradigma en Pamplona sería el Plan Sur, aunque no se llevara a efecto. Con este ambicioso plan, el pensamiento anterior ampliaba así su campo de acción por la creciente complejidad de la sociedad, su economía y su territorio.
Paralelamente, comenzó a darse una disociación entre las demandas sociales y las respuestas técnicas. Esta característica se manifestó claramente en el centro histórico de Pamplona, cuya conservación era exigida por sus ciudadanos. La apreciación por los elementos tradicionales de la ciudad histórica y la falta de involucración de la sociedad con las teorías funcionalistas, provocó una aceleración en el tiempo de la crisis de estas teorías y la rápida aceptación de las teorías más historicistas, basadas en la recuperación de los elementos tradicionales como la plaza, los bulevares, los paseos y los parques.
A finales de los años setenta, el “pensamiento del Moderno” fue fuertemente rechazado. La búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo de ciudad, basado en estas otras categorías, puso en crisis el modelo, ya que no atendía a lo que podríamos denominar la ‘arquitectura del espacio urbano’. La ciudad en su conjunto comienza a emplear el espacio público de manera más tradicional, como elemento unificador y organizador de la unidad vecinal del barrio o de la zona.
Los planes generales de los ochenta marcarían una nueva etapa, al apostar por un modelo de ciudad que paralizaba su crecimiento para mejorar su interior. Las primeras actuaciones fueron planteadas como Planes de Reforma Interior, cuya finalidad era recomponer la ciudad mediante la recuperación de los espacios libres tradicionales y la creación de nuevos equipamientos. De ahí las intervenciones en el Carco Histórico que se hicieron en todas las ciudades, pero además, siguiendo la misma tendencia en otros barrios de los años sesenta, carentes de estos espacios. El debate urbanístico de esos años se centró en la ‘reconstrucción de la ciudad’, pero dejando aun al margen las cuestiones de territorio.
La consideración de las preexistencias naturales y culturales como elementos estructurantes de la ciudad supuso el inicio de una nueva etapa, que asimiló la herencia de la etapa anterior, ayudándose de las formas tradicionales para potenciar las características propias del lugar, que además de estructurar, daban a cada actuación una imagen única.
La creación de nuevos centros urbanos permitió reestructurar la ciudad a nivel social, atrayendo nuevos flujos y nuevos residentes, y dinamizando el entorno. El redescubrimiento del espacio público del entorno del río fue un elemento fundamental para la revitalización de los barrios.
La investigación finaliza con las ultimas intervenciones realizadas en la ciudad , que son deudoras de una nueva dinámica de atención al lugar y, concretamente, al territorio, en el contexto de sociedades complejas y plurales, que demandan un nuevo cambio de enfoque.