La guerra
24 de febrero de 2022. Las tropas rusas invaden Ucrania, bombardeos por todo el país, discursos de odio del Kremlin contra Occidente, propaganda y guerra híbrida. El arsenal de amenazas incluye el uso de armas nucleares. No en cualquier sitio; aquí, en Europa.
En ese momento estábamos trabajando en varios proyectos en Rusia y sus repúblicas, algunos desde hacía meses. Encargos de concursos internacionales desarrollados por equipos numerosos, con contratos firmados por varios años, incluyendo la ampliación de Moscow City con parques y múltiples edificios. Entre esos proyectos había algunos en los que se había creado una relación de amistad con el cliente. Nos quedó claro al instante que eso se había acabado.
Una semana después, tras tediosas discusiones y complicadas negociaciones legales con abogados, logramos rescindir los contratos y nuestra gente fue asignada a otros proyectos. Mantuvimos conversaciones, en muchos casos emotivas, con personas de origen ruso, ucraniano, polaco y húngaro.
Las relaciones comerciales en la arquitectura son diferentes a las relacionadas con productos o bienes. El trabajo del arquitecto implica establecer una relación social o de amistad con otros. Puede que no sean amistades personales, pero ciertamente se trata de relaciones humanas reales. De lo contrario, no sería posible reconocer las necesidades y las características específicas de cada cliente, del lugar y de la sociedad donde el proyecto va a realizarse. Siempre hemos querido desarrollar proyectos más allá de Suiza, de Europa, de nuestro entorno familiar. Para nosotros los proyectos son vehículos de percepción y experiencia. Mucho más que una intención de dejar atrás preferencias estilísticas personales.
¿Qué aprendemos de este ejemplo? Como arquitectos seguimos dispuestos a tender puentes con personas y culturas de sociedades distintas. Debemos, no obstante, ser conscientes de que se trata de una situación de difícil equilibrio y debemos estar preparados para abandonar un encargo en caso necesario, con todas las consecuencias y pérdidas —financieras, intelectuales, humanas y personales— que ello implica.
El planeta
La humanidad está transformando el planeta y devastando sus ecosistemas en el proceso. Muchas cosas van a desaparecer para siempre. Innumerables especies animales y vegetales se han extinguido. Tendremos que acudir a los libros de historia para contemplar los casquetes polares congelados, los glaciares o los arrecifes de coral. Porciones de tierra e islas enteras están desapareciendo o volviéndose inhabitables.
La construcción es en gran medida responsable de todo esto. Según un informe de la ONU, casi el 40% de las emisiones y alrededor del 60% de los residuos globales son consecuencia de la construcción. Son cifras importantes, y malas noticias para los arquitectos. Sin embargo, estos datos perfilan también un interesante campo de acción con grandes posibilidades.
Estamos trabajando con un inversor innovador en el proyecto de un edificio de oficinas que incorpora un techo fabricado robóticamente con barro y madera. ¡Uno de nuestros proyectos más importantes hoy! El edificio, llamado Hortus, nos ayudará a animar a otras empresas a seguir el ejemplo y explorar nuevos territorios, promoviendo la construcción sostenible.
Una mirada a las revistas internacionales de arquitectura lo demuestra. Los arquitectos hemos comenzado a proyectar con barro y madera en lugar de hormigón. Con hermosos ladrillos de tierra compactada hechos a mano o con materiales reciclados. La preferencia por estos materiales estuvo ya presente en obras iniciales de H&deM como la casa de piedra en Tavole, donde construimos los muros sin mortero, con pedruscos procedentes de tapias derruidas en viejos olivares. Y también en la bodega Dominus, para cuyos muros se recolectaron montañas de piedras volcánicas locales. Y hoy seguimos, especialmente porque ahonda en una de nuestras principales preocupaciones: la materialidad de la arquitectura.
La arquitectura por sí misma tiene un gran potencial para hacer una aportación sostenible si consideramos los recursos empleados y el clima como problemas arquitectónicos. Esto lo hemos aprendido de la arquitectura de las civilizaciones del pasado en cualquier parte del mundo. También recordamos nuestra propia historia, los inicios. Por ejemplo, nuestro primer proyecto para Ricola: teníamos unos medios tan limitados para diseñar el almacén que solo pudimos usar paneles Eternit en un formato estándar como único revestimiento. Cortamos algunos paneles en proporción al número áureo, y obtuvimos tres formatos con los que trabajar. Cero residuos. Montamos los paneles, organizándolos proporcionalmente, con los más anchos en la parte superior. El resultado fue una fachada con la elegancia de un palacio renacentista pese a los materiales pobres.
Hoy el edificio sigue teniendo una calidad excepcional, incluso dignidad. Todo parece sencillo, pero es muy difícil de conseguir. Cada proyecto es una nueva oportunidad para hacer precisamente eso. Los paneles Eternit de ayer hoy dan paso a los fotovoltaicos, o a otros materiales: reciclados, hallados in situ, tradicionales o desarrollados en laboratorios de alta tecnología. La presión política y la referencia de los proyectos en curso darán a la industria de la construcción el impulso para ofrecer a los arquitectos una nueva gama de materiales, como ocurre con el ya mencionado edificio Hortus. Aun así, nos corresponde a los arquitectos marcar la diferencia a través de nuestro propio trabajo y nuestra propia creatividad.
La humanidad
Pero todo esto ya no basta. Es demasiado tarde para empezar a pensar en sostenibilidad cuando los contratos ya se han firmado y el proyecto está sobre el tablero de dibujo. ¿Qué sucede si el cliente de repente quiere cambiar el programa y los planos? Es algo que sucede a menudo. ¿Y qué pasa si una de estas decisiones genera espacios irracionales, enclaustrados y sin luz natural que contradicen nuestras leyes locales de construcción y nuestras normas sociales? ¿Qué hacer si el cliente insiste y ya no podemos rescindir el contrato sin sanciones? Esto sucede también, ¡y no podemos tolerarlo más!
Como arquitectos debemos estar más atentos; debemos entender nuestra visión del proyecto de manera mucho más integral que en el pasado. Esto requiere un enfoque prospectivo. Significa que el trabajo del proyecto comienza en la mesa de negociación, antes de pasar al tablero. La creatividad tiene que formar parte de estas primeras conversaciones con el cliente.
Sería un error dividir el trabajo de los arquitectos entre la parte comercial, ejecutada por contables y abogados que negocian los contratos, y la parte creativa, desarrollada por los diseñadores y planificadores. Más que nunca parecen certeras las palabras de Joseph Beuys: «Todo ser humano es un artista». Y toda obra es creativa o, mejor dicho, toda obra tiene un potencial creativo que necesita ser explotado.
Yo no soy un experto en este campo, pero desde luego sé que los contratos regulan los honorarios y las responsabilidades, del mismo modo en que también pueden registrar acuerdos sobre la visión y los objetivos de un proyecto. Objetivos que el arquitecto discute con el cliente de antemano. No todos los clientes estén preparados para dar ese paso, pero es nuestro deber intentarlo.
Por ejemplo: para un proyecto de gran escala y visibilidad en Asia debemos proyectar una torre residencial para un cliente privado. ¿Queremos o debemos hacer esto en un país con una inmensa brecha entre ricos y pobres? En las negociaciones con el cliente, tratamos de definir el programa de todo el proyecto como una arquitectura lo más autosuficiente posible. Medio ambiente, equilibrio de CO2, producción propia de energía y alimentos. Un modelo ejemplar, por así decirlo. Su viabilidad es real. Y tenemos el conocimiento técnico y arquitectónico para lograrlo.
Pero también aspiramos a lograr una sostenibilidad social del proyecto: espacio razonable de vida y diversión para los empleados domésticos y sus familias. Por su parte, fuera de la propiedad se deben realizar inversiones para mejorar la infraestructura higiénica en las áreas residenciales adyacentes.
Para comprender mejor las condiciones sociales y urbanas del lugar, decidimos montar un pequeño equipo que ejecutara un estudio de investigación urbana. Pretendíamos que los medios y medidas utilizados mejorasen el entorno en general. El proyecto se enriquecía con una narrativa que va mucho más allá de cumplir con el planteamiento espacial del inicio. Esta es una tarea nueva para nosotros los arquitectos, y tendremos que ampliar nuestro campo de acción para lograr la pretensión holística que la arquitectura históricamente ha reclamado para sí misma. Los arquitectos están acostumbrados a pensar en términos de opciones y narrativas, y deben hacerlo si quieren convencer al cliente de acompañarlos a lo largo de un camino más complejo, pero al tiempo más interesante.
Siempre es ventajoso para los clientes que su intervención en el tejido de una ciudad suponga un beneficio no solo para ellos sino también para muchos, logrando un lugar más inclusivo, accesible y cuidado, que no esté aislado del entorno cual castillo medieval, accesible solo por helicóptero, como ocurre hoy en varias ciudades mexicanas.
¿Y ahora?
Hace dos años, en mi ‘Carta a David’, calificaba el papel del arquitecto como insignificante ante las turbulencias globales. De manera provocativa me atreví a decir: «No podemos hacer nada».
Esta conclusión se basaba, principalmente, en la reducción drástica del interés de los medios por la arquitectura icónica, como también por el arte icónico y sus creadores. En contraste con el creciente hype de la década de los noventa, las alabanzas han desaparecido por completo, reemplazadas por temas de género y desigualdad. Es una paradoja: por un lado, nuestra relevancia como arquitectos ha disminuido; por otro, nuestras responsabilidades se han incrementado y extendido a campos con los que estamos menos familiarizados. Por ejemplo, el trabajo creativo en la mesa de negociación o la demanda de un valor social añadido en un proyecto como se ha descrito antes.
A menudo he expresado la opinión de que los arquitectos deberíamos poder trabajar en todos aquellos países con los que nuestras propias naciones de Occidente mantienen relaciones diplomáticas y comerciales. Esta es una premisa importante, pero no es suficiente. La arquitectura requiere aún más. No es una relación comercial donde los bienes se mueven de un lado a otro. Está firmemente conectada al suelo, a un lugar específico donde la gente vive y se desarrolla en una cultura social concreta. La arquitectura es la expresión física de cada sociedad; la forma construida de sus procesos sociales y jerarquías. Aquí es donde los arquitectos podemos tener un impacto. Pero solo si estamos decididos a cambiar de enfoque e intervenir.
En la década de los setenta, Pierre y yo estudiamos con Lucius Burckhardt, un importante sociólogo y uno de los primeros defensores de una ciudad ecológica. También nos influyó Aldo Rossi, que entonces impartía clases en la ETH. Su credo: la arquitectura es arquitectura. La ciudad compuesta de arquetipos eternamente idénticos. ¿Una combinación oximorónica, sin aparente conexión interna?
Es precisamente esta combinación de puntos de vista distintos lo que siempre hemos aprovechado como una oportunidad. Como potencial para un nuevo idioma arquitectónico, que es lo que los arquitectos buscan cuando están empezando. Los temas de sostenibilidad se pueden resolver con medios técnicos, pero necesitan una forma arquitectónica adecuada.
Como arquitectos, solo seguiremos siendo relevantes en este mundo convulso si reconocemos los problemas de la sociedad y marcamos una diferencia abordando la práctica convencional desde la creatividad. De la misma manera, solo seguiremos siendo relevantes si tocamos emocionalmente a las personas. La arquitectura puede hacer eso, a veces incluso crea belleza.