La casa responde a un doble deseo.
a) Disfrutar de los fines de semana y el verano lejos de la ciudad
b) No gastar el dinero innecesariamente.

Cuando escapamos de la ciudad lo hacemos para encontrarnos lo contrario que en la ciudad. La casa rehúsa los coches, no son visibles desde el interior ni desde el patio; busca aislarse de su sonido, se retira respecto al vial situándose en el fondo de la parcela y levantándose dos metros. La casa está inundada de sol, tiene mecanismos para tamizarlo. En invierno el sol llega hasta la pared del fondo de la sala pero en verano no supera el porche. La casa es una prolongación del patio, uno no sabría decir si el porche pertenece al exterior o al interior o si el espacio entre ventana y porticón es exterior o interior.

No derrochar dinero significa pensar en lo superfluo.
Construir en estructura de muro de carga permite, de modo rápido y económico, dotar de forma al espacio, orientarlo al sol. El programa de la vivienda se enfrenta a la estructura y hace aparición lo superfluo para cambiar el sentido del espacio y permite que la vida se desarrolle en sentido opuesto a la estructura y a la visión. La estructura pauta el espacio y la ocupación la perfora, la deforma.
Crear un espacio entre el cristal y el cerramiento es superfluo. No sería estrictamente necesario, el cristal deja pasar la luz y para cerrar-lo el porticón se puede poner estrictamente enganchado. No hacerlo es generar un espacio superfluo entre las dos hojas, un espacio del que uno se apodera desde el interior y desde el exterior, se genera un espacio superfluo que expande los espacios.

No es una casa de campo, es una casa para que los de la ciudad salgan a disfrutar del espacio.