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No tiene sentido plantear que las pantallas sean el sitio donde pueda verse lo que va a suceder en el futuro. La ciencia ficción cinematográfica, como la literaria, emplea el futuro para explicar y analizar el presente en que fue planteada. La arquitectura y las ciudades que muestran las películas que sucedían en un futuro que ya pasó, como Una fantasía del porvenir (Just Imagine), que sucedía en 1980, no son las que realmente existieron, pero ello no impide que sus morfologías sean fundamentales para comprender el momento en que se rodaron.
La vida futura (Things to Come), basada en una novela del visionario H. G. Wells, advierte sobre los peligros de la 2ª Guerra Mundial que estallaría tres años después de su estreno, mostrando un planeta destruido lleno de las siempre sugerentes ruinas de las edificaciones del siglo XX, pero además plantea para el año 2036 una nueva megaciudad, que al revés de la propuesta por Fritz Lang para el 2027 en su Metrópolis, es completamente subterránea, como El túnel trasatlántico (The Tunnel), una urbe donde, como le dice un anciano a una niña, ya no son necesarias las ventanas, una mezcla de distopía y utopía que logra una película una singular. No se debe olvidar que La vida futura está dirigida por un gran profesional de la escenografía, el primer “production designer”, William Cameron Menzies, en ella, además de la arquitectura y la ciudad del futuro, se puede disfrutar de una secuencia fundamental: la construcción de la metrópolis subterránea, debida a la conjunción de László Moholy-Nagy (no dejen de ver su documental Impressionen vom alten Marseiller Hafen) y el compositor Arthur Bliss, y que debe disfrutarse situándose en los años treinta del siglo pasado, pero sin olvidar que siempre puede avecinarse alguna catástrofe.