Un jardín en la ciudad de Madrid se ha convertido en un artículo de lujo. Se propone hiper-tecnificar este pequeño espacio evitando cajanegrizar sus mecanismos de mantenimiento, haciéndolos emerger como electroflores. Desde el electro-gabinete se diseña una taxonomía que sitúa en un mismo plano articulado una selecta colección de electro-especies y especies naturales, configurando los modos del límite híbrido que relaciona (acerca y a la vez separa) el cuerpo biológico y el electrónico. Algunos de los usuarios del jardín serán niños de entre 5 y 12 años: será su Kinder Gadget. No conforma un entorno externo y contemplable sino que es participado (padecido) en una suerte de electro-pathos. Se trata de un paisaje doméstico reactivo al clima. Pero también, de un electrodoméstico más de la vivienda, ya que puede ser accionado cómodamente con un hardware a modo de mando a distancia, configurando un paisaje doméstico a la carta que refleje los estados de ánimo de los habitantes. El electrojardín es un gadget y un juego. Se sustituye el tradicional sistema oculto de iluminación por un paisaje luminoso activado por captadores de energía solar, convirtiéndose así en dispositivos energéticos autónomos. Además, es posible accionar una función de bajo consumo para dejar el conjunto al mínimo rendimiento. El electrojardín es un dispositivo de consumo responsable. Por otro lado, conforma un formato comunicativo. Se desarrolla un código lumínico con el que los habitantes de la casa dejan mensajes: yeah-drag© encendida = sacar la basura. El electrojardín es un espacio post-it. Asimismo, una sencilla conexión entre los iluminadores y determinadas páginas de información meteorológica de Internet, permite, cada mañana, tener desplegada una previsión del tiempo para el día. El electrojardín es un interface.