Comencé mis estudios de arquitectura dibujando a Le Corbusier y gracias al dibujo descubrí el apasionante mundo del maestro. Después, en los viajes, entendí en verdad la poética de sus obras. He viajado siempre que he podido, he saltado vallas y he cruzado puertas cerradas; he tomado fotos prohibidas y me he llevado sorpresas, sorpresas de esas que ni salen ni cuentan las revistas. He buscando en la Historia, en la cultura y en “el viaje” el mejor modo de formarme, no sólo como arquitecto, sino como persona, y de aprender, no sólo de arquitectura, sino de “todo lo demás”.

Siempre he estado con los ojos bien abiertos, intentando apropiarme de todo, cámara en mano, dibujando y tomando notas en mis cuadernos, pues creo que nuestra mirada necesita del dibujo y las palabras para retener lo que vemos.

Y con el tiempo uno descubre que vemos sillas, habitaciones, estructuras, edificios y ciudades, sí, pero afortunadamente descubrimos personas sentadas en esas sillas, recuerdos de toda una vida en esas habitaciones, el caos frente al orden de las estructuras y la naturaleza arrolladora que hace olvidar los mejores edificios y las más hermosas ciudades.

Con todo, me interesa menos la arquitectura que se queda en el papel, a pesar de tanta ilusión y esfuerzo depositada en ella, y me quedo con esa arquitectura llena de imperfecciones que, a pesar de los problemas, está por hacer o hemos logrado construir.

Hoy creo que puedo decir que no podría entender mi vida sin esta profesión que me ha enseñado, entre otras cosas, a ver y entender el mundo en el que vivo; que las puertas las abre uno mismo con su actitud ante las cosas y que nunca hemos de perder la capacidad de soñar en todas y cada una de las cosas que nos proponemos. En Arquitectura y en todo lo demás.


Raúl del Valle