Cuando la revista The Great Discontent lanzó una convocatoria global para el 100 Day Project ( elegir una acción y repetirla durante los 100 días siguientes), decidimos comenzar a ilustrar desde lo conocido: la arquitectura.
Para acotar el reto, nos pusimos una serie de reglas a nosotros mismos: cada ilustración debía ser completada en menos de 45-60 minutos, respetando el formato cuadrado de Instagram, sin restricciones a la hora de elegir el arquitecto o el proyecto, o del contenido de la ilustración. Tampoco existían limitaciones de estilo: podíamos ser tan realistas o abstractos como quisiéramos, siempre que la ilustración no quedase inconclusa dentro del tiempo marcado. Desde perspectivas fotográficas a composiciones abstractas, hicimos que los proyectos pudiesen reimaginarse, descontextualizarse o mezclarse con otros conceptos y adoptar la estética de otros movimientos artísticos o trabajar dejando cierto espacio al azar.
Después de una centena de ilustraciones (y no todas memorables), aprendimos a dar valor al trabajo que nos había supuesto el reto: por un lado, los resultados de la disciplina aplicada a un trabajo creativo y constante; por otro, la obligación de estar atentos a todo lo que pasaba a nuestro alrededor, ya que cualquier cosa (una foto, un plano, una paleta de color o un concepto) podía ser el detonante de una nueva ilustración.
Fue también una respuesta emocional: cada una de las ilustraciones cuenta un proyecto, pero también quiénes somos como arquitectos y qué nos ha influido desde que empezamos a estudiar y hacer arquitectura. Hacer tantas ilustraciones nos obligó a recordar arquitecturas que no revisábamos desde primero de carrera, a redescubrir nombres que ya conocíamos y a mostrar por qué nos gusta nuestra profesión.
En 2016 quisimos repetir la experiencia y volvimos a comenzar el reto. De forma menos estricta, nos sirvió para descubrir arquitectos nuevos, experimentar con estilos y paletas de color o volver a ilustrar arquitecturas que no fueron debidamente ilustradas en el anterior reto.
Si bien las ilustraciones han ido evolucionando a lo largo de los dos retos, y cada una de ellas tiene su propia personalidad y un estilo determinado, también han sido un instrumento para poder hablar más de arquitectura. Al empezar a compartir nuestro trabajo, nos dimos cuenta de que, sin pretenderlo, estábamos llegando a un público más amplio que solía decirnos que ellos “no entendían nada de arquitectura” y que sin embargo siempre estaban dispuestos a saber más sobre una ilustración que les había picado la curiosidad.