Situado en pleno centro de Granada, el estudio de la plaza de la Romanilla se planteó como un refugio urbano donde poder escaparse y experimentar la esencia de la ciudad desde el interior. El diseño articula esa idea de intercambio cultural e interacción del huésped con la historia que le rodea.
El apartamento de primera planta se localiza en un edificio datado de 1860, hecho con materiales de derribo y del que se pretendía recuperar lo máximo posible.
Para dar una mayor continuidad al apartamento, se unificaron y abrieron las estancias tratándolas de la misma manera: se igualó el suelo con un roble natural encerado sin barnizar; se picaron los muros para dejar el ladrillo original visto; se eliminaron falsos techos dejando las viguetas y la tablazón al descubierto y se pintó todo en blanco para prolongar una estancia sobre la otra. Sólo la viga principal que atraviesa el estudio longitudinalmente quedó intacta, duplicándose y generando ritmos gracias a un frontal de espejo de suelo a techo.
En el baño se respetó el ladrillo tanto en textura como en color, sólo se le aplicó un tratamiento de protección contra la humedad, en contraste con el resto de las paredes de mármol de Carrara apomazado y el suelo también revestido con una única pieza de 70x230cm. Igualmente, se mantuvo la bajante cerámica empotrada en el muro dando ese carácter tradicional pero a la vez funcional al apartamento.
La incorporación de estos materiales primarios va en consonancia con algunas piezas propias de la región, como una mesa de taracea granadina. Por otro lado, se pretendía que la mayor parte del mobiliario fuera de líneas simples e integrado en el estudio, como la cama abatible que se esconde en el armario liberando el espacio en un único gran salón, o el mueble de la cocina que se convierte en aparador ocultando todos sus elementos.
Es un espacio móvil y polivalente que permite experimentar la ciudad desde su interior con todas las comodidades actuales.