Fotografía del sanatorio antituberculoso de Paimio, Alvar Aalto, 1928. En ella, aparece una larga terraza con vistas al paisaje situado en la última planta del edificio, donde se han dispuesto camas para los enfermos.

Desde que éramos estudiantes esta imagen ha simbolizado la capacidad que tiene la arquitectura de crear espacios amables para los usuarios, es necesario pensar los edificios desde este posicionamiento, ya que no basta con aplicar un funcionalismo neufertiano para garantizar las complejas relaciones que impone un programa.

El concurso permite escoger la ubicación del proyecto. Se sitúa en el lugar donde se producen las mejores relaciones con el valle y su entorno. Al Oeste, las edificaciones del actual centro ofrecen protección.

Ante esta situación resultaría impensable realizar un edificio ensimismado y organizado a partir de una estructura clásica de patios. Más bien, lo lógico es obtener unas pautas capaces de aprovechar al máximo estas condiciones.

La mirada es un factor clave y singular en este proyecto por la especial relación de los residentes con el mundo que los rodea.

La estructura del edificio permite la utilización del paisaje como articulador de los espacios importantes. La potencia de un entorno natural tan singular debe ser utilizada en beneficio de los usuarios y ser propuesto como un referente, generador de espacios y relaciones funcionales, cuyas propiedades terapéuticas no deben ser desaprovechadas.

El edificio se posa sobre el terreno en pendiente, aprovechando las diferencias de cotas para crear las distintas plantas. Se habilita en un solo nivel todas las estancias y zonas vinculadas a los residentes. En la zona inferior, el acceso de visitantes y el área de administración. Las necesidades programáticas y las importantes singularidades de los residentes terminan por generar el proyecto.