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Centro de Documentación / Ciclos

Con motivo de la inauguración de la nueva sede de Arquia en el número 16 de la calle Tutor de Madrid, el 30 de noviembre de 2022 tuvo lugar el encuentro que, bajo el título ‘Sharing Experience’, reunió a destacadas personalidades de la arquitectura, moderadas por Luis Fernández-Galiano, para compartir sus reflexiones sobre el momento que viven la profesión y el mundo.

Como resultado de dicho encuentro, la revista Arquitectura Viva publicó en su número 250 de Diciembre de 2022 las "Cartas de Madrid" que se recogen a continuación.

Dado su interés, incorporamos este contenido a nuestro Centro de Documentación, donde se puede encontrar multitud de recursos relacionados con cada uno de los autores de las cartas.

¿Qué arquitectura debemos promover? I

Cartas de Madrid. Tutor16 Sharing Experience 2022

La nueva sede de Arquia en Madrid se inauguró con un encuentro donde ocho arquitectos reflexionaron en vivo y por escrito sobre la profesión.

Arquia Banca es una entidad financiera creada en el año 1983 por arquitectos para atender a profesionales como ellos, y su Fundación se ha convertido en la más importante institución de promoción de la arquitectura en España. Sus becas han permitido a más de 500 jóvenes  arquitectos trabajar en los más influyentes estudios españoles y europeos, y tanto su extenso programa de publicaciones como sus audiovisuales y vídeos mantienen un nivel de exigencia y rigor que los ha convertido en referencia. Ubicados históricamente en Barcelona, los servicios centrales de la fundación se han trasladado a Madrid para alojarse en un inmueble rehabilitado por Emilio Tuñón en la calle Tutor, y esta circunstancia se señaló con un encuentro celebrado allí el pasado 30 de noviembre. La calle Tutor recuerda a Agustín Argüelles, político y diplomático liberal que fue tutor de la reina Isabel II entre 1840 y 1843, además de bibliotecario de Holland House —tristemente destruida por un bombardeo en 1940— durante su exilio londinense, y que hoy da nombre a un barrio de Madrid. Esta feliz  coincidencia toponímica se usó para reunir a un grupo de arquitectos eminentes que se ofrecieron a compartir su experiencia con los más jóvenes, de forma no muy distinta a la orientación personal y profesional que constituye la actividad de un mentor. Hace ya casi dos siglos, el joven arquitecto Heinrich Hübsch publicó un polémico libro, ¿En qué estilo debemos construir?, y quizá ahora podamos preguntarnos también ‘¿Qué arquitectura debemos promover?’, solicitando a los más prestigiosos creadores que compartan su reflexión con todos nosotros, arrojando luz sobre el difícil momento que viven tanto la profesión como el mundo, y apoyando con su presencia la actividad de la Fundación Arquia en beneficio de la cultura arquitectónica y la formación de los jóvenes.

La biblioteca de Holland House, parcialmente destruida por las bombas en 1940, permitió a la propaganda británica orquestar una imagen de resistencia que se ha convertido en un símbolo de la supervivencia de la cultura en las circunstancias más adversas. Agustín Argüelles había sido bibliotecario en Holland House durantre su exilio británico, que se extendió desde 1823 hasta 1834. Muchos liberales españoles eligieron en efecto Londres como refugio frente a las persecuciones del absolutismo, y ese fue también el caso de su coetáneo José María Blanco White, igualmente protegido por lord Holland y tutor de su hijo entre 1815 y 1817, años durante los cuales residió en la misma Holland House. Tanto el asturiano Argüelles como el  andaluz Blanco White redactaron su obra más importante en el exilio: Examen histórico de la reforma constitucional en España, el texto esencial del abogado, político y diplomático  Argüelles, se publicó en Londres en 1835; y las Letters from Spain, el extraordinario libro  Crítico y costumbrista del periodista y clérigo Blanco White, no traducido hasta 1972, se  publicó en la misma ciudad, bajo seudónimo, en 1822. Se cumplen este año dos siglos de la aparición de las Cartas de España, y medio siglo de su versión al castellano, así que es quizá oportuno rendir homenaje a estos dos tutores liberales redactando unas ‘Cartas de Madrid’ que desde la calle Tutor reafirmen la vitalidad de la cultura arquitectónica, su resistencia frente a la adversidad económica o política, y su capacidad para mejorar la vida ciudadana, en un momento de incertidumbre y crisis que lleva a las pantallas y a las retinas imágenes similares a la de Holland House.

© Adriano A. Biondo

"Solo seguiremos siendo
relevantes
si tocamos
emocionalmente a las
personas. La arquitectura
puede hacer eso, a veces
incluso crea belleza."

A veces incluso crea belleza

Jacques Herzog

¿Qué podemos hacer los arquitectos en este tiempo ensombrecido por la guerra en Europa, la desigualdad social y las crisis climáticas que amenazan de lleno la vida en gran parte del planeta?

Hay que abordar estos temas con urgencia, buscar respuestas y ofrecer soluciones.  Con urgencia y sin egoísmo porque todos los arquitectos tenemos la obligación social de hacerlo. Con urgencia y en interés propio porque, si dejamos pasar la oportunidad, nos convertiremos en parte de un modelo obsoleto e irrelevante.

Durante las últimas décadas, la arquitectura se definía principalmente por la forma, el estilo, las posiciones y los programas, pero ahora se está viviendo un punto de inflexión radical, con un enfoque diferente. No es suficiente identificar y caracterizar las problemáticas actuales más urgentes. Es el momento de actuar para encontrar soluciones y lograr resultados sostenibles. No solo con la palabrería de siempre y el greenwashing habitual. Este es un gran desafío: cómo afrontarlo? Aún aprendemos. 

He aquí unos ejemplos de nuestra propia práctica: 

  • Ver carta completa
  • La guerra
    24 de febrero de 2022. Las tropas rusas invaden Ucrania, bombardeos por todo el país, discursos de odio del Kremlin contra Occidente, propaganda y guerra híbrida. El arsenal de amenazas incluye el uso de armas nucleares. No en cualquier sitio; aquí, en Europa.

    En ese momento estábamos trabajando en varios proyectos en Rusia y sus repúblicas, algunos desde hacía meses. Encargos de concursos internacionales desarrollados por equipos numerosos, con contratos firmados por varios años, incluyendo la ampliación de Moscow City con parques y múltiples edificios. Entre esos proyectos había algunos en los que se había creado una relación de amistad con el cliente. Nos quedó claro al instante que eso se había acabado.

    Una semana después, tras tediosas discusiones y complicadas negociaciones legales con abogados, logramos rescindir los contratos y nuestra gente fue  asignada a otros proyectos. Mantuvimos conversaciones, en muchos casos  emotivas, con personas de origen ruso, ucraniano, polaco y húngaro. 

    Las relaciones comerciales en la arquitectura son diferentes a las relacionadas con productos o bienes. El trabajo del arquitecto implica establecer una relación social o de amistad con otros. Puede que no sean amistades personales, pero ciertamente se trata de relaciones humanas reales. De lo contrario, no sería posible reconocer las necesidades y las características específicas de cada cliente, del lugar y de la sociedad donde el proyecto va a realizarse. Siempre hemos querido desarrollar proyectos más allá de Suiza, de Europa, de nuestro entorno familiar. Para nosotros los proyectos son vehículos de percepción y experiencia. Mucho más que una intención de dejar atrás preferencias estilísticas personales.

    ¿Qué aprendemos de este ejemplo? Como arquitectos seguimos dispuestos a tender puentes con personas y culturas de sociedades distintas. Debemos, no obstante, ser conscientes de que se trata de una situación de difícil equilibrio y debemos estar preparados para abandonar un encargo en caso necesario, con todas las consecuencias y pérdidas —financieras, intelectuales, humanas y personales— que ello implica.

    El planeta
    La humanidad está transformando el planeta y devastando sus ecosistemas en el proceso. Muchas cosas van a desaparecer para siempre. Innumerables especies animales y vegetales se han extinguido. Tendremos que acudir a los libros de historia para contemplar los casquetes polares congelados, los glaciares o los arrecifes de coral. Porciones de tierra e islas enteras están desapareciendo o volviéndose inhabitables.

    La construcción es en gran medida responsable de todo esto. Según un informe de la ONU, casi el 40% de las emisiones y alrededor del 60% de los residuos  globales son consecuencia de la construcción. Son cifras importantes, y malas noticias para los arquitectos. Sin embargo, estos datos perfilan también un  interesante campo de acción con grandes posibilidades.

    Estamos trabajando con un inversor innovador en el proyecto de un edificio de oficinas que incorpora un techo fabricado robóticamente con barro y madera. ¡Uno de nuestros proyectos más importantes hoy! El edificio, llamado Hortus, nos ayudará a animar a otras empresas a seguir el ejemplo y explorar nuevos  territorios, promoviendo la construcción sostenible.

    Una mirada a las revistas internacionales de arquitectura lo demuestra. Los arquitectos hemos comenzado a proyectar con barro y madera en lugar de hormigón. Con hermosos ladrillos de tierra compactada hechos a mano o con  materiales reciclados. La preferencia por estos materiales estuvo ya presente en obras iniciales de H&deM como la casa de piedra en Tavole, donde  construimos los muros sin mortero, con pedruscos procedentes de tapias derruidas en viejos olivares. Y también en la bodega Dominus, para cuyos muros se recolectaron montañas de piedras volcánicas locales. Y hoy seguimos, especialmente porque ahonda en una de nuestras principales preocupaciones: la materialidad de la arquitectura.

    La arquitectura por sí misma tiene un gran potencial para hacer una aportación sostenible si consideramos los recursos empleados y el clima como problemas  arquitectónicos. Esto lo hemos aprendido de la arquitectura de las civilizaciones del pasado en cualquier parte del mundo. También recordamos nuestra propia  historia, los inicios. Por ejemplo, nuestro primer proyecto para Ricola: teníamos  unos medios tan limitados para diseñar el almacén que solo pudimos usar paneles Eternit en un formato estándar como único revestimiento. Cortamos  algunos paneles en proporción al número áureo, y obtuvimos tres formatos con  los que trabajar. Cero residuos. Montamos los paneles, organizándolos  proporcionalmente, con los más anchos en la parte superior. El resultado fue una  fachada con la elegancia de un palacio renacentista pese a los materiales pobres.

    Hoy el edificio sigue teniendo una calidad excepcional, incluso dignidad. Todo parece sencillo, pero es muy difícil de conseguir. Cada proyecto es una nueva  oportunidad para hacer precisamente eso. Los paneles Eternit de ayer hoy dan  paso a los fotovoltaicos, o a otros materiales: reciclados, hallados in situ,  tradicionales o desarrollados en laboratorios de alta tecnología. La presión política y la referencia de los proyectos en curso darán a la industria de la construcción el impulso para ofrecer a los arquitectos una nueva gama de materiales, como ocurre con el ya mencionado edificio Hortus. Aun así, nos corresponde a los arquitectos marcar la diferencia a través de nuestro propio trabajo y nuestra propia creatividad.

    La humanidad
    Pero todo esto ya no basta. Es demasiado tarde para empezar a pensar en sostenibilidad cuando los contratos ya se han firmado y el proyecto está sobre el tablero de dibujo. ¿Qué sucede si el cliente de repente quiere cambiar el programa y los planos? Es algo que sucede a menudo. ¿Y qué pasa si una de estas decisiones genera espacios irracionales, enclaustrados y sin luz natural que contradicen nuestras leyes locales de construcción y nuestras normas  sociales? ¿Qué hacer si el cliente insiste y ya no podemos rescindir el contrato sin sanciones? Esto sucede también, ¡y no podemos tolerarlo más! 

    Como arquitectos debemos estar más atentos; debemos entender nuestra visión del proyecto de manera mucho más integral que en el pasado. Esto requiere un enfoque prospectivo. Significa que el trabajo del proyecto comienza en la mesa de negociación, antes de pasar al tablero. La creatividad tiene que formar parte de estas primeras conversaciones con el cliente.

    Sería un error dividir el trabajo de los arquitectos entre la parte comercial, ejecutada por contables y abogados que negocian los contratos, y la parte  creativa, desarrollada por los diseñadores y planificadores. Más que nunca  parecen certeras las palabras de Joseph Beuys: «Todo ser humano es un artista». Y toda obra es creativa o, mejor dicho, toda obra tiene un potencial creativo que necesita ser explotado.

    Yo no soy un experto en este campo, pero desde luego sé que los contratos regulan los honorarios y las responsabilidades, del mismo modo en que también pueden registrar acuerdos sobre la visión y los objetivos de un proyecto. Objetivos que el arquitecto discute con el cliente de antemano. No todos los clientes estén preparados para dar ese paso, pero es nuestro deber intentarlo. 

    Por ejemplo: para un proyecto de gran escala y visibilidad en Asia debemos proyectar una torre residencial para un cliente privado. ¿Queremos o debemos hacer esto en un país con una inmensa brecha entre ricos y pobres? En las negociaciones con el cliente, tratamos de definir el programa de todo el proyecto como una arquitectura lo más autosuficiente posible. Medio ambiente, equilibrio de CO2, producción propia de energía y alimentos. Un modelo ejemplar, por así decirlo. Su viabilidad es real. Y tenemos el conocimiento técnico y arquitectónico para lograrlo.

    Pero también aspiramos a lograr una sostenibilidad social del proyecto: espacio razonable de vida y diversión para los empleados domésticos y sus familias. Por su parte, fuera de la propiedad se deben realizar inversiones para mejorar la  infraestructura higiénica en las áreas residenciales adyacentes.

    Para comprender mejor las condiciones sociales y urbanas del lugar, decidimos montar un pequeño equipo que ejecutara un estudio de investigación urbana.  Pretendíamos que los medios y medidas utilizados mejorasen el entorno en  general. El proyecto se enriquecía con una narrativa que va mucho más allá de cumplir con el planteamiento espacial del inicio. Esta es una tarea nueva para nosotros los arquitectos, y tendremos que ampliar nuestro campo de acción para lograr la pretensión holística que la arquitectura históricamente ha reclamado  para sí misma. Los arquitectos están acostumbrados a pensar en términos de opciones y narrativas, y deben hacerlo si quieren convencer al cliente de acompañarlos a lo largo de un camino más complejo, pero al tiempo más  interesante.

    Siempre es ventajoso para los clientes que su intervención en el tejido de una ciudad suponga un beneficio no solo para ellos sino también para muchos, logrando un lugar más inclusivo, accesible y cuidado, que no esté aislado del  entorno cual castillo medieval, accesible solo por helicóptero, como ocurre hoy en varias ciudades mexicanas.

    ¿Y ahora?
    Hace dos años, en mi ‘Carta a David’, calificaba el papel del arquitecto como insignificante ante las turbulencias globales. De manera provocativa me atreví a decir: «No podemos hacer nada». 

    Esta conclusión se basaba, principalmente, en la reducción drástica del interés de los medios por la arquitectura icónica, como también por el arte icónico y sus creadores. En contraste con el creciente hype de la década de los noventa, las alabanzas han desaparecido por completo, reemplazadas por temas de género y desigualdad. Es una paradoja: por un lado, nuestra relevancia como arquitectos ha disminuido; por otro, nuestras responsabilidades se han incrementado y extendido a campos con los que estamos menos familiarizados. Por ejemplo, el  trabajo creativo en la mesa de negociación o la demanda de un valor social  añadido en un proyecto como se ha descrito antes.

    A menudo he expresado la opinión de que los arquitectos deberíamos poder trabajar en todos aquellos países con los que nuestras propias naciones de Occidente mantienen relaciones diplomáticas y comerciales. Esta es una premisa importante, pero no es suficiente. La arquitectura requiere aún más. No es una relación comercial donde los bienes se mueven de un lado a otro. Está firmemente conectada al suelo, a un lugar específico donde la gente vive y se desarrolla en una cultura social concreta. La arquitectura es la expresión física de cada sociedad; la forma construida de sus procesos sociales y jerarquías. Aquí es donde los arquitectos podemos tener un impacto. Pero solo si estamos decididos a cambiar de enfoque e intervenir.

    En la década de los setenta, Pierre y yo estudiamos con Lucius Burckhardt, un importante sociólogo y uno de los primeros defensores de una ciudad ecológica. También nos influyó Aldo Rossi, que entonces impartía clases en la ETH. Su credo: la arquitectura es arquitectura. La ciudad compuesta de arquetipos eternamente idénticos. ¿Una combinación oximorónica, sin aparente conexión interna?

    Es precisamente esta combinación de puntos de vista distintos lo que siempre hemos aprovechado como una oportunidad. Como potencial para un nuevo idioma arquitectónico, que es lo que los arquitectos buscan cuando están empezando. Los temas de sostenibilidad se pueden resolver con medios técnicos, pero necesitan una forma arquitectónica adecuada.

    Como arquitectos, solo seguiremos siendo relevantes en este mundo convulso si  reconocemos los problemas de la sociedad y marcamos una diferencia  abordando la práctica convencional desde la creatividad. De la misma manera,  solo seguiremos siendo relevantes si tocamos emocionalmente a las personas. La arquitectura puede hacer eso, a veces incluso crea belleza.

     

© Pablo G. Tribello

"Intentar hacer bien
nuestro trabajo es
una forma esencial
de ser feliz y, en
consecuencia, la
mejor manera de servir
a la sociedad y mejorar
la vida de los ciudadanos
."

Los lugares donde vivimos

Fuensanta Nieto

La inauguración de su nueva sede es una muy buena oportunidad para recordar la labor que la Fundación Arquia ha venido realizando en la promoción de la cultura arquitectónica y la formación de los jóvenes arquitectos. Y esto me ha hecho reflexionar sobre el modo en que entendíamos en mi generación lo que significaba ser arquitecto, que probablemente ya es diferente al que veo ahora en los más jóvenes. El modelo en  el que nos veíamos reflejados entonces se  basaba en una forma de ejercer la  arquitectura donde la figura del arquitecto seguía teniendo el papel predominante en el proyecto y en el proceso de  ejecución de las obras. Y, sin embargo, ahora que  paradójicamente cada vez se construyen más edificios y con mayor rapidez, el control de los proyectos y de su construcción se ha ido dejando en manos de otros muchos agentes que, a menudo, dificultan la calidad y la puesta en valor de la arquitectura. Pensar que los edificios y las ciudades pueden construirse solo en base a la eficiencia de la gestión, la aplicación de más y más normativas, el sometimiento a la máxima funcionalidad y a las soluciones más económicas es no entender lo que realmente distingue y es la razón de ser de la arquitectura:

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  • la concepción del espacio, la estructura, la luz natural, los materiales, la atmósfera, la integración en un contexto, son los elementos con los que  diseñamos los lugares donde vivimos nuestras vidas, las ciudades donde habitamos. Vivimos en la arquitectura: las condiciones y cualidades de nuestros hogares y lugares de trabajo, donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, condicionan nuestra forma de actuar y de entender el mundo de tal manera que si todos los ciudadanos fueran realmente conscientes de ello, no dudarían en considerar la arquitectura como esencial para la calidad de sus vidas. Ser arquitecto requiere soñar e imaginar, no solo pensar, calcular y analizar; implica entender el contexto que nos rodea, implica imaginar cómo hacerlo mejor, en otras palabras, requiere actuar con optimismo. Siempre he pensado que intentar hacer bien nuestro trabajo es una forma esencial de ser feliz y, en consecuencia, la mejor manera de servir a la sociedad y mejorar la vida de los ciudadanos.

    Ante la pregunta de qué arquitectura debemos promover en nuestro tiempo, la famosa fotografía de la destruida biblioteca de Holland House me parece una  preciosa metáfora. Las personas que allí aparecen se han vestido correctamente, bien trajeadas a pesar del caos que les rodea, y han ido a buscar entre los estantes que aún quedaban en pie. No solo son soñadores que intentan  encontrar un libro, sino que, sobre todo, son optimistas. Como estos señores de  la fotografía, yo también creo que los muchos problemas actuales y muy reales medioambientales, sociales, económicos o políticos— no deben hacernos olvidar que nuestro trabajo debe defender la cultura arquitectónica, pero sobre todo debe hacerlo con optimismo, sabiendo que, aunque no siempre se reconozca, somos los arquitectos, a través de nuestros proyectos, los que, soñando, podemos transformar y mejorar la forma en que viven y vivirán nuestros conciudadanos.

© Juan Carlos Vega

"Abogaría por una vuelta
a la razón, por recuperar
así para la arquitectura uno
de los más valiosos atributos
que tuvo en el pasado,
la racionalidad
."

Tiempo presente y tiempo pasado

Rafael Moneo

En el pasado, la razón hacía posible el construir. Solo podía construirse aquello que la razón soportaba y puede que no sea exagerado el decir que desde ella se ha escrito la historia de la arquitectura. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado y podemos construir sin hacer uso de la razón. Cabe el construir prescindiendo de ella. Diríase que la ‘construibilidad’ exime a lo construido, y por ende a los edificios, de mostrar los atributos racionales que la arquitectura  tenía en el pasado. La mera ‘construibilidad’, el que todo pueda construirse, hace superfluo que pongamos en duda la racionalidad de lo construido, e innecesario que asociemos lo  construido con lo razonable. El estar acostumbrados a que la forma de lo construido pudiese explicarse en términos racionales —fuesen estos establecidos por un manejo juicioso de los materiales, por los usos que la justificaban o por el empleo de lenguajes cuya continuidad en  el tiempo los dotaba de sentido— hace que el prescindir de tal racionalidad sea uno de los rasgos más característicos que observamos hoy, tanto en buena parte de la ‘arquitectura avanzada’, como en la ‘arquitectura anónima y de mercado’.

Luis Fernández-Galiano nos pide que contestemos a la pregunta ‘¿Qué arquitectura debemos promover?’, y la respuesta que me gustaría dar debe tener en cuenta lo que pretendía decir en el párrafo anterior, ya que quizás el prescindir de la razón sea la característica que más aleja a las construcciones del tiempo presente de lo que hasta ahora entendíamos como arquitectura. Pienso que el análisis de las causas que explican este ‘alejamiento’ está entre las obligaciones que las escuelas de Arquitectura deben abordar pero, sin tan siquiera indicar cómo hacerlo, me plantearé estas preguntas: ¿debemos, simplemente, aceptar que la inercia que hoy hace crecer nuestras ciudades es el único horizonte de la próxima arquitectura, entendiendo que tal horizonte incluye tanto a la arquitectura que hemos llamado ‘avanzada’ como a la ‘anónima y de mercado’, y que ambas están afectadas por este abandono de las razones que parecían haber dictado su destino, sustituidas ahora por criterios técnicos, de producción y gestión, completamente ajenos a los del pasado? O, como alternativa:¿deberíamos promover una arquitectura que fuese consciente de los valores que la arquitectura tenía en el pasado, en la que primaba la razón y que nos ha legado todo un mundo construido, un universo de inanimados seres en el que viven los humanos sin llegar a establecer distinciones entre artificio y naturaleza?

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  • En las presentes circunstancias, abogaría por una vuelta a la razón, por recuperar así para la arquitectura uno de los más valiosos atributos que tuvo en el pasado, la racionalidad. Algo que implicaría también establecer una deseable continuidad —hoy rota— con ese universo de lo construido que nos hace ver cualquier obra de arquitectura, por mínima que esta sea, como  inmersa en la infinitud de una historia que no termina con nosotros y en la que algunas obras singulares emergen desafiando al tiempo. Tal actitud nos hace mirar con inmenso respeto a todo lo que tenemos a nuestro alrededor, tratando de comportarnos con lo existente y con lo próximo atendiendo a la veneración que merecen tanto todo lo que nos antecede como el  recuerdo de aquellos que previamente ocupaban el lugar en el que nos encontramos ahora.

     

© Miguel Ferrnández-Galiano

"Hemos de construir
sobre lo ya construido.
Más que un trabajo
orientado a la definición
de las formas se trata de
inducir una metamorfosis
."

Fuentes primarias de signos

Juan Navarro Baldeweg

Uno de mis mayores intereses creativos radica en considerar el arte, la práctica de las  distintas artes, como fuentes primarias de signos.

Fuentes: en el sentido de favorecer o potenciar el surgir de apariciones en gran medida inesperadas y al margen de cualquier intención de antemano.

Primarias: como origen ajeno a la obediencia de propósitos previos y, por consiguiente, anterior en muchos sentidos a lo ya conocido, primer paso de la base y raíz de  conocimientos.

De signos: la producción de señales físicas que nos alertan o asombran y cuyo sentido referencial habrá que ubicar y descifrar.

Dejándonos llevar por la sorpresa, nos preguntamos: ¿De qué tratan los signos que  surgen espontáneamente en el hacer creativo?

Todas las artes, las llamadas bellas artes, comparten procesos vinculados a la emanación de tales apariciones, con la consiguiente fascinación inicial y después la posible comprobación de su valor.

Normalmente estos signos terminan agrupándose, formando entidades compuestas;  son como las letras de un abecedario: base de la formación de las palabras y, a  continuación, de las oraciones, las frases, los párrafos, las páginas de un libro. También en las artes visuales, no solo en la literatura, encontraríamos una vitalidad semejante, una cristalización emergente a partir de los signos iniciales ya descifrados o en curso de desciframiento.

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  • Al realizar la exposición de mi obra de arquitecto en el Museo ICO, que llevaba el  título ‘Un zodíaco artístico’ y que pudo verse de octubre de 2014 a febrero de  2015, puse como advocación esta definición de la literatura de Stéphane Mallarmé: «¡Sí! Con sus veinticuatro signos, esta Literatura a la que llamamos acertadamente las Letras, pero también, a través de múltiples fusiones en forma de frases y luego el  verso, sistema organizado cual espiritual zodíaco, lleva implícita su propia doctrina,  abstracta, esotérica como una teología».

    Esta escalada de realizaciones expresivas se apoya en aquellas señales originales, en los signos primarios despertados. Por inclinación, he comprobado  que esos momentos iniciales son los que más me seducen. Son los momentos  de la sensibilización: una atención encumbrada y dirigida a fenómenos desapercibidos pero soterrados en la realidad existente que en el proceso artístico se desvelan como algo nuevo. La sensibilización antecede a la  percepción y a la realización de obras ya calificables como perceptuales.

    Un ejemplo: Claude Monet en la gran serie de pinturas conocidas como Los Nenúfares sensibilizó a la experiencia de la luz natural y su dinámica en el  transcurso diario. Tales obras anteceden a las cámaras perceptuales creadas por James Turrell en las que nos asombra contemplar el protagonismo de las transformaciones cromáticas ambientales; unas obras que, al menos en parte,  son fruto de la sensibilización aportada por el artista francés.

    Hemos de construir sobre lo ya construido. Más que un trabajo orientado a la definición de las formas se trata de inducir una metamorfosis. Hace tiempo, el proyecto del arquitecto se circunscribía a una creación a partir de elementos menudos, los materiales de construcción, para organizar ex novo cuerpos mayores, entidades articuladas o estructuradas. Hoy la responsabilidad se agranda o se intensifica en los muy diversos niveles de una metamorfosis. Lo que antes era ir de la parte al todo, por el contrario, hoy es tarea que exige ir de un todo a otro todo. Hablamos entonces de una morfología cambiante, de un proceso que se orienta a una metamorfosis física y funcional. Formar es transformar. Lo artificial se ha adueñado de la naturaleza, del paisaje y se acumula en los espacios ya creados. El ámbito de la arquitectura adquiere una responsabilidad que afecta a muchos niveles y a muchas áreas creciendo en ámbitos que son más y más comprehensivos, en los que se ha de incluir la conciencia de un medioambiente muy afectado por el desarrollo industrial, por el cambio climático y por la aceleración entrópica.

    Hay muchos niveles en los procesos espaciotemporales vinculados a la arquitectura. La arquitectura es un ser vivo y cualquier obra es instrumental y activa. Esto implica que su ser ha de considerarse con un cronómetro múltiple. Y esa profusión vital de sus integrantes nos advierte de una animada multitud de pulsaciones: un sinnúmero de tic-tacs. Así que ese reloj es de muchas manillas y su conjunto engloba el discurrir de la realidad de la arquitectura. El proyecto ha de considerar la diseminación escalonada funcional y su duración, y por tanto, el orden temporal de sus transformaciones. Ese complejo reloj en las tareas caracteriza nuestro mundo que como ser vivo pulsa en una gran diversidad rítmica. Estas consideraciones pueden estimular la imaginación de nuevos modos de intervenir fraccionando y distribuyendo las tareas de rehabilitación del mundo en curso.

© Miquel Tres

"La arquitectura es capaz
de crear memoria que
nos consolida como
comunidad. La arquitectura
es la que nos puede dar
dignidad, pero también
sustraérnosla."

Entre la memoria y la mercancía

Carme Pinós

No puedo decir que sean malos tiempos para la arquitectura, ni que no haya buenos ejemplos con los que animarse. Pero la aceleración de acontecimientos, una crisis detrás de otra y el miedo que esto ha generado me llevan a preocuparme por el mundo de la  creatividad en su conjunto.

Todo acto creativo necesita un marco de confianza, y en un mundo en el que no se quiere asumir ningún riesgo, en el que se necesita controlar todo midiendo los resultados a corto plazo, en el que se desconfía de la confianza, la creatividad corre el peligro de enfermar.

Y no me refiero a la creatividad que potencia el rendimiento, la que va dirigida a la aceleración de nuestras vidas, pues esta sabemos que goza de buena salud. Me refiero más bien a la creatividad que le habla al alma humana, la que en lugar de acelerarnos nos deja en suspenso.

Pero, incluso si el alma humana no nos preocupase, si tan solo nos preocupase el ser humano en cuanto ser vivo, este mundo de producción y crecimiento ilimitado nos llevaría igualmente a prestar atención al futuro del planeta, es decir, a ser sostenibles. Y no hay manera más sencilla de ser sostenible que usar el sentido común; debemos escuchar a la naturaleza, colaborar con ella.

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  • Sin un sentido de comunidad planetaria, de colaboración, no vamos a sobrevivir. Colaboración no es sinónimo de competitividad, que es a lo que nos ha llevado el sistema neoliberal de explotación del trabajo y de huida hacia adelante, y que ni
    siquiera sabemos lo que significa.

    Me atrevería a decir que la arquitectura es lo que nos hizo ser sedentarios, como también es lo que nos permite ser seres sociales. Las primeras arquitecturas se levantaron en honor de los dioses; hablaban al alma humana, esa que anhela la trascendencia.

    La arquitectura no es mercancía que se justifique desde un rendimiento. La arquitectura es capaz de crear memoria que nos consolida como comunidad. La arquitectura es la que nos puede dar dignidad, pero también sustraérnosla.

    Arquitectura y sociedad van de la mano, y no podemos vender una sin que la otra se resienta, y ahora parece que ambas, arquitectura y sociedad, están en venta. Debemos, sea como sea, salir del embrollo en que se ha convertido nuestra  existencia vendida totalmente al mercado.

    Podemos limitarnos a hablar de arquitectura, pero el problema va más allá. Radica en el sistema que hemos creado, en nuestro individualismo, nuestra soberbia; nos decimos: «Algo inventaremos que nos llevará a una solución», cualquier cosa antes que parar, a costa de lo que sea, incluso a costa de nuestra esencia.

    Tenemos que gritar para salvar el alma humana, que no es sino aquella que vive en la incertidumbre, que sabe que no todo tiene explicación y que estar vivo es celebrar la vida desde la cotidianidad, desde el buen hacer, desde la conciencia de que sin el otro no somos. Y la arquitectura siempre será el lugar donde  podemos reunirnos con el otro.

© Ferando Alda

"También la arquitectura
ha dejado de funcionar
de arriba a abajo y, por
tanto, las élites, pueden
decidir cada vez menos
cuáles pueden ser las
tendencias, las vías por
donde se desarrollarán
las cosas."

Mejor escépticos que iluminados

Antonio Ortiz

Se me hace un poco raro que me leas. Siempre te leo yo a ti, Luis. Se hará lo que se pueda.

Sobre el tema que me pides: me resulta difícil y un tanto cansino hablar sobre el  momento actual de la arquitectura, y no te digo nada sobre hacia dónde podría ir. Evidentemente el cambio climático está introduciendo cambios radicales pero para hablar de eso ya habrá otros. He conocido a muchos que se han empleado a fondo en este empeño y sé de su dificultad: casi nunca se acierta gran cosa. Prefiero dar  testimonio de lo que he sido testigo, que creo que tendrá mayor interés y desde luego, me hará acertar más, aunque para ello tenga que recurrir en estas líneas a una vertiginosa aceleración de la historia.

Ya llevo un tiempo explicando cómo, durante mis años de profesión, he asistido a una progresiva pérdida del aura de nuestra disciplina. Si recordamos quienes fueron nuestros modelos iniciales, aquellos arquitectos de la generación heroica del  Movimiento Moderno, nos encontramos con personajes para los que ser arquitecto era solo una manera de manifestar una ambición más amplia. Realmente, se les podría calificar, amén de como grandes arquitectos, como dotados de un carácter casi demiúrgico o profético: la arquitectura, la de verdad, la moderna, no digamos la nueva ciudad, en sus mentes, tendría un poder revolucionario, ayudaría a eliminar las desigualdades, anunciaría un mundo nuevo y un hombre nuevo también. En que el siglo xx fue un siglo de mentalidades totalitarias coincidimos todos, y la arquitectura no iba a ser una excepción. (Con salvedades, Aalto, a quien hoy seguimos viendo como alguien cercano).

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  • ¿Te acuerdas? Que el arquitecto de El manantial (¡qué grande King Vidor!) fuera declarado inocente tras haber dinamitado sus propios edificios porque su lenguaje —el moderno— había sido traicionado durante la construcción es una muestra de lo demencial de las ideologías del momento.

    Comprimo la historia hasta el absurdo: nuestros maestros posteriores tampoco fueron capaces de darse cuenta de hacia dónde íbamos. El extremo idealismo de Aldo Rossi, ayudado por la pretendida superioridad de los análisis marxistas de Tafuri, el ensimismamiento de todo ello, alejaron aún más a la arquitectura de la realidad. Por decirlo pronto y corto, a la casi extinción del rol del arquitecto y de la arquitectura en un país tan importante para estos menesteres como Italia.

    A partir de ahí, a partir de aquellos momentos en que la arquitectura aparece como una actividad introvertida y el arquitecto se veía a sí mismo como una  figura casi omnisciente, a partir de ahí, solo se han producido restricciones a su  papel y a su control de los procesos.

    Los project managers (traduzcámoslo literalmente, jefes de proyecto) controlaron en primer lugar algo tan importante como la economía. Ingenieros de todas las especialidades se hicieron totalmente necesarios para dar respuesta al incremento de complejidad de sus distintas disciplinas. Pero además, en parcelas que parecían unidas intrínsecamente a nuestras capacidades, también  aparecieron nuevos actores. Los paisajistas se hicieron con el control de las áreas exteriores y en muchos países, también con la planificación urbanística. Y los interioristas desplazaron en muchos casos al arquitecto del control último de los interiores.

    Se puede dar el caso de que el interior sea decidido por un interiorista y el exterior por un paisajista, quedando el arquitecto confinado a resolver la distancia que los separa, el cerramiento. Eso sí, muchas veces en discusión con el experto en fachadas y el físico de la construcción elegidos por el cliente. No es raro que  en los últimos años se haya hablado tanto de pieles.

    Si esto no ha sido una caída, si esto no es un verdadero cambio de paradigma,  no sé de qué otra forma se le puede llamar.

    Pero no suene lo anterior a ‘lágrima o reproche’. Con total seguridad el error ha estado de nuestro lado, los arquitectos, de lo ilusorio de nuestro punto de partida, de lo inflexible de nuestros planteamientos, de nuestras proclamas de pureza y esencialidad que no interesaban a la sociedad. De no entender que el signo de los tiempos había cambiado y la cultura, también la arquitectura, ha dejado de funcionar de arriba a abajo y, por tanto, las élites, pueden decidir cada vez menos cuáles pueden ser las tendencias, las vías por donde se desarrollarán las cosas.

    Ahora bien, cierto es, la arquitectura no ha estado sola en este proceso: ha sido acompañada de muchas otras ‘grandes’ en ese trayecto. Lo confirmé con claridad cuando leí a Félix de Azua en su Autobiografía de papel describir con humor su trayectoria de escritor, del poeta inicial al novelista, del novelista al ensayista, y del ensayista al periodista o, más exactamente, al columnista.

    Pues algo así nos está pasando a todos nosotros. Ojalá sepamos reconducir nuestras pretensiones hacia un sano relativismo. Mejor estoicos y escépticos que  iluminados.

    Luis, me ha salido apocalíptico.

© Miguel Fernández-Galiano

"(...) una arquitectura
que trabaje sobre aquello
que nos une y aquello que
nos hace diferentes;
una arquitectura, en fin,
hecha para las personas,
por las personas y con
las personas."

Una conversación interrumpida

Emilio Tuñón

Conscientes de que la vida se basa en una continua mutación, a mi modo de ver, el  pensamiento sobre la arquitectura, y sobre la vida, ya no trata de asentarse sobre un conjunto de verdades inmutables, fruto de una incansable búsqueda de perfección que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes.

Nuestra vida como especie se caracteriza por la ininterrumpida conversación que el ser humano establece con el mundo que le rodea; una conversación en la que las personas interrogamos al mundo, a los seres animados y a los seres inanimados, y el mundo, a  su vez, nos interroga a nosotros.

En este mundo conversacional, no podemos dejar de hacer presente nuestra obsesión privada por hacer una arquitectura que, desde el optimismo de lo posible, trabaje sobre la igualdad y la diversidad, una arquitectura que trabaje sobre aquello que nos une y aquello que nos hace diferentes; una arquitectura, en fin, hecha para las personas, por las personas y con las personas.

Por otra parte, se debe hacer presente que la oscilación permanente entre ‘sonido y sentido’ propia de la conversación, tomando prestadas las palabras de Paul Valéry  cuando se refiere a la poesía, alude en arquitectura a la vocación que esta tiene de ser una acción creativa mediada, o lo que es lo mismo, un ‘arte impuro’, citando en este caso al profesor Antón Capitel.

  • Ver carta completa
  • Un arte impuro que surge de una optimista combinación de obsesiones privadas, y necesidades públicas. Obsesiones privadas que son de carácter personal, y por tanto subjetivas, y necesidades públicas que derivan de lo que la sociedad, de forma supuestamente objetiva, reclama de la arquitectura, de las constricciones que son propias de la disciplina y de la realidad del entorno en el que se despliega nuestra actividad.

    Así, la arquitectura que nos interesa reivindica una práctica más social, más participativa y más sostenible, en la que el pensamiento sobre el mundo, sobre la sociedad, sobre el medio ambiente y sobre las personas, debe ser el punto de partida de su capacidad para mejorar la realidad.

    De este modo, lo social, lo participativo y lo sostenible deben constituir la  urdimbre de una arquitectura donde las ideas luchan por transformarse en materia, y donde el arquitecto se siente constreñido por una realidad compleja y, a la vez, liberado de esta.

    Es por ello que la arquitectura que nos parece pertinente para este momento de cambio reclama una menor visibilidad, renunciando a convertirse en un simple embellecimiento de la realidad y aceptando el carácter de servicio a la sociedad que siempre tuvo.

    Y aquí es donde se debe hacer hincapié en la vocación que la arquitectura tiene de priorizar lo posible sobre lo perfecto, de priorizar las ideas sobre las formas, de priorizar la ética sobre la estética, de priorizar el respeto a lo existente sobre la falta de respeto por lo existente, de priorizar lo colectivo sobre lo privado y de  priorizar, en resumen, el nosotros sobre el yo.

© Juan Rodríguez

"La ausencia de
dificultades nos lleva
a la mediocridad y eso
es lo que tenemos que
evitar."

Intento ser optimista

Eduardo Souto

¿Cómo se plantean los proyectos? Primero hay que hacer el diagnóstico con croquis, con maquetas del terreno, para saber cuál es el problema. Yo empiezo siempre como si fuera un servicio que necesita una respuesta. Intento alejar desde el principio cualquier veleidad
artística. Si se da la oportunidad, puede surgir, pero si forzamos la situación puede resultar un desastre. «Las cosas saben cuándo tienen que pasar».

¿Cómo es el momento actual? Intento ser optimista, porque de lo contrario me rendiría desde el principio. Tiene que haber situaciones de bloqueo, dificultades, para desencadenar respuestas. No tiene sentido lamentarse, creo que siempre ha sido así, con los reyes, los papas, el Estado o los clientes privados: Louis Kahn emigró, Le Corbusier también, Mies y Rossi se fueron a América… La ausencia de dificultades nos lleva a la mediocridad y eso es lo que tenemos que evitar.

Los arquitectos que escriben —no es mi caso—, para cerrar y enfatizar sus textos, suelen colocar al final una cita. Me pregunté si debía hacerlo yo también, y lo mejor que se me ocurrió fue acudir a Camus: «Es necesario imaginarse a Sísifo feliz».

"Cartas de Madrid" se publicó en la revista Arquitectura viva nº 250-Diciembre 2022. 

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