La periferia de las urbes contemporáneas nos ofrece una experiencia de carácter isótropo: poco importa de dónde vengas o a dónde vayas, si llegaste a salir del todo o si aún no eres consciente de haber llegado. Las carreteras se convierten en hilos temporales entre lo que es y lo que será, su escala espacial y temporal les permite, más allá de comunicar, fecundar territorios, convirtiéndose en imanes que capturan la ferralla expulsada por la centrifugadora urbana.
Cuando atravesamos las periferias, nuestra voluntad se ve socavada ante la imposibilidad de asimilar tal cantidad de información, de sintonizar podríamos decir, ante la acumulación compulsiva y aleatoria de imágenes que impermeabilizan nuestra percepción.
Durante el tránsito entre un lugar y el siguiente – que podemos definir como entreacto-, el movimiento no permite fijar la atención, la intuición guía un viaje entre interiores eventuales y exteriores siempre móviles. La velocidad dibuja una monótona y borrosa línea, secuencias de fragmentos urbanos deambulan en los márgenes sedimentando la nueva ciudad.
Este paisaje nos sumerge en un sueño del que nos despertamos sin poder establecer un discurso, aunque si aceptamos que los sueños se alimentan de percepciones al margen de nuestra voluntad, quizás de los ecos de pequeñas inconsciencias diurnas… podemos sugerir ciudades que se generan y crecen -como los sueños- al margen de nuestras intenciones más conscientes.
Tratando de transferir a un plano de la conciencia aquel intenso entreacto registrado de forma pseudoconsciente, surge la serie de collages fotográficos agrupados bajo el título “Cosas vistas de reojo”.