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Investigación sobre un nuevo concepto de periferia urbana que se define, no en relación a su ubicación geográfica, sino en relación a su condición. Así, nos encotramos con periferias históricas, sociales, económicas, políticas, étnicas...Se utilizan varios sistemas de representación con el objetivo de ampliar la óptica del análisis y la profundidad del estudio. La literatura, el video, el ensayo, la fotografia y la representación gráfica producen múltiples lecturas de esas realidades complejas, a la vez que sobreponen percepciones subjetivas.

INTRODUCCIÓN

Harto de dar vueltas en la cama, al fin me levanté y me desplacé con relativo equilibrio hasta el salón. Me desplomé en el sofá y me quedé un buen rato con la mirada fija, perdida en algún lugar borroso más allá de la ventana. En frente, las fachadas regulares e iguales se repetían hasta donde alcanzaba mi vista. Parecían esperar algo por llegar, alguna actividad en sus calles, que las plazas se llenaran, pero pese a la paciente espera, nada de eso sucedía.

Cogí el libro que había dejado a medias la noche anterior, “AS in DS. An eye on the road”. En la primera página, una breve nota de Peter Smithson empezaba así “this is a diary of car-movement recording the envolving sensibility of a passenger in a car to the post-industrial landscape.”
Seguí con la introducción de Alison Smithson hasta detenerme en una cita de J. J. Rousseau:
“I shall perform upon myself the sort of operation that physicist conduct upon the air in order to discover its daily fluctuations. I shall take the barometer readings of my soul, and by doing this accurately and repeatedly…”
Justo acabar de leerla me resultó familiar, como si ya hubiera pensado en ello multitud de veces. Corrí a mi biblioteca para comprobar que libros de Rousseau podía haber leído, y aunque casi no recordaba nada de ellos, encontré varias ediciones de tan sólo dos títulos, Les rêveries du promeneur solitaire y Du contrat social.

Me sentía cansado después de otra noche en vela y, tras infructuosos intentos de planificar el día, bajé al bar de la esquina. En la mesa de al lado había un libro. Al no haber nadie alrededor, lo cogí. Tenía una página marcada y lo abrí por allí

“Se ha dicho que las periferias urbanas son espacios donde el «sentido de lugar» no existe, donde la ausencia de historia y la falta de determinaciones locales reducen a cero la identidad del locus en el sentido clásico.”

Y un poco más abajo,

“El sentido de lugar clásico del lugar ha desaparecido en aquellas áreas urbanas donde prevalece la discontinuidad de las formas construidas pero, donde los espacios vacíos son predominantes, hay otro sentimiento del lugar característico: el de la sensación expectante de los vacíos y el de la indiferencia de las construcciones.”

Volví a mirar la portada del libro, era una selección de textos de Manuel de Solà-Morales.

La pared en la que me apoyaba estaba cubierta por antiguas fotos del barrio. Por primera vez me fijé en aquellas imágenes mientras pensaba en el sentido que había podido tener aquel lugar en sus orígenes, y el sentido que podía tener en la actualidad. Salí del bar y empecé a andar sin rumbo fijo. Mientras cruzaba una explanada entre dos bloques de vivienda las palabras de Solà-Morales volvían a mi cabeza:

“No hay, por ejemplo, ninguna complejidad tipológica: los edificios son idénticos unos con otros y esto se repite en cualquier aspecto: los materiales de construcción, la composición de las fachadas, los colores, los espacios libres, los ritmos, los zócalos y las cornisas…La mayor parte de las leyes métricas y de los mecanismos de uso, así como los criterios materiales y figurativos, conforman un todo que refleja la fundación bajo un proyecto normativo total.”

A pesar de ello, el sentido del lugar que yo percibía, o mejor, la expresión de identidad que yo percibía, era realmente fuerte.

El día siguiente, cuando bajé al bar quedé raramente sorprendido al ver encima de la misma mesa donde el día anterior había encontrado el libro una antigua revista de principios de los ‘90. Me acerqué a la mesa mirando a mi alrededor en busca de su propietario y al no encontrar signo alguno la cogí. La revista también estaba marcada en una de sus páginas. Sin dudarlo leí Sobre la atopía, un texto de Vittorio Gregotti, donde se volvía a hablar de las periferias urbanas y su relación con el lugar, en este caso sobre la condición atópica de las periferias, como si éstas hubieran sido concebidas sin conciencia alguna en relación a su entorno.

“Las nuevas construcciones, con una indiferencia manifiesta hacia los lugares, a las estructuras históricas de las condiciones de ocupación”

“estos edificios han perdido completamente el poder de agregación espacial además de social, invirtiendo el significado propio de la tradición de emplazamiento de la gran fábrica en pleno campo cerca de las fuentes de energía o en la periferia cerca de las fuentes de mano de obra”

Me acabé el café y salí a pasear, esta vez con la intención de detectar las condiciones atópicas de las calles y los espacios por los que iba caminando.

Esa revista era una completa inmersión, ahí estaba  todo el material teórico que reclamaba uno de los textos leídos el día anterior. Formulaciones de conceptos e ideas varias sobre las condiciones y las lecturas de la periferia.

“Actualmente no solemos leer más que repeticiones, por lo general ideológicas, del término periferia aplicado como categoría sociológica, denunciatorias de carencias respecto a un paradigma de ciudad burguesa, sin gran esfuerzo teórico por captar aquello que tiene de específico y que, a priori, se rechaza.”      

El tercer día, entrando en el bar con una cierta expectativa y curiosidad, quedé definitivamente sorprendido al encontrar en el mismo sitio, en la misma mesa, un nuevo libro, esta vez Difference et  repetition de Gilles Deleuze.

Y así, día a día, se convirtió en un ritual. Me levantaba por la mañana, bajaba al bar a por mi primer café, y allí, perfectamente colocado en el mismo sitio me esperaba un nuevo libro con su correspondiente marca para ser leído.
El mismo proceso se fue repitiendo hasta convertirse en mi rutina diaria. Como si estuviera siguiendo las instrucciones que alguien me dejaba, salía a deambular, unas veces hacia la derecha, otras hacia la izquierda, siempre con una lectura distinta en mi cabeza, como si alguien estuviera guiando mis pasos.
 Como Rousseau había escrito, “by doing this accurately and repeatedly”.

Me lancé a recorrer las periferias, a perseguir todas esas realidades que los textos me mostraban sin darme cuenta de que a la vez que mi cabeza se llenaba de nuevas ideas, el tedio y la angustia iban cediendo espacio al entusiasmo. Y la mirada puesta en las discontinuidades, en los vacíos, en espacios fragmentados o contradictorios.

A veces me sentía como si solamente pensara a través de los fragmentos de los libros que iba leyendo. Como si estuviera viviendo en un libro, como si fuera un texto ya escrito. Otras veces, mi sentimiento se aproximaba más a un caótico collage de lecturas varias, de fragmentos. Y poco a poco iba encontrando un sentido, un filo argumental a mis lecturas diarias.

Ahora recuerdo los primeros textos sobre modelos de Steiner y Gombrowicz. A menudo, planes y proyectos de ciudades han sido concebidos y diseñados sobre construcciones intelectuales como ideologías totalitarias en búsqueda de la ciudad ideal. Ideas abstractas que pretendían traducir el espacio urbano como su consecuencia directa. Según Gombrowicz, en arte o en política, muchas veces estas formas mentales puras han provocado una deshumanización de la vida de los hombres.
Sin estar muy interesado en los modelos mismos, me dediqué a mirar en sus bordes, en sus límites. Mi interés se iba centrando en lo externo a los modelos, lo que quedaba fuera de ellos, en sus zonas fronterizas, cuando podían ser leídos en contraposición con otros, cuando se encontraban contaminados o en conflicto con otras realidades. Ya que el modelo centraliza, crea límites, sus aplicaciones siempre generan un a fuera, un perímetro, una periferia.

Después de Gombrowicz vino Claudio Magris, quien escribía del laicismo en términos de estricta racionalidad. Durante el posterior paseo, yo iba pensando en una arquitectura laica que no siguiera ningún tipo de doctrina ni estuviera subordinada a ningún principio redentor, ninguna idea totalitaria o absoluta. Una arquitectura únicamente justificada en el discurso y la argumentación sobre el análisis de una situación y solución específica para cada propuesta. Una espacio permanentemente contaminado por la influencia de múltiples condiciones.
Miré a mi alrededor…pequeñas casas junto a antiguas fábricas y nuevos edificios industriales, una iglesia entre un hotel y un garden center, descampados con torres de oficinas como telón de fondo.

A medida que iban pasando las semanas y mi librería iba creciendo, me iba dando cuenta de que había una estructura subyacente en los pequeños regalos que recibía cada mañana.

Ahora recuerdo la semana dedicada a los sociólogos franceses, donde leí a François Ascher:
 
“La conectividad es la nueva cualidad urbana”

Ascher hablaba del derecho a la movilidad como objetivo principal de las políticas urbanas, que inmediatamente relacioné con el derecho a la ciudad anunciado por Lefebvre en mi lectura del día anterior.
También recuerdo una breve cita de Alain Bourdin: “c’est plus important l’accès aux recourses urbains que l’appartenaince.”

Mi aproximación a la sociología se cerró con varias sesiones dedicadas a Manuel Castells. Recuerdo como reveladora la lectura de los geógrafos británicos, y después de ellos llegaron los norteamericanos.
Cada vez mis lecturas se centraban más en un fenómeno específico. Las situaciones más interesantes con las que me iba encontrando se producían en los límites de los modelos. Empecé a reconocerlos como lugares de ausencia, piezas en la ciudad excluidas del modelo predominante, trazas en los bordes.
En ese punto, la lectura de Saskia Sassen fue crucial:

“Hay momentos analíticos en que se cruzan dos sistemas de representación. Resulta fácil experimentar esos momentos analíticos como espacios de silencio, de ausencia. Una empresa tentadora es la de ver qué ocurre en esos espacios o qué operaciones –analíticas, de poder, de significado- se producen en ellos.”

Hasta que una mañana, siguiendo con mi rutina de las últimas semanas, bajé a tomar un café. Cuando con toda normalidad entré en el bar me quedé perplejo al ver la mesa vacía, !no había libro!
Miré en los otras mesas en busca de un error, nada. Salí a la calle en busca de algún rastro, de alguna señal…nada. Empecé a andar calle abajo esquivando los rayos de sol que me deslumbraban. Un creciente sentimiento de orfandad, de abandono, de frustración se iba apoderando de mi…¿pero dónde estaba mi libro?

A medida que iba deambulando por calles , me iba alejando de los recorridos conocidos y me adentraba en barrios y territorios desconocidos. Poco a poco, atravesando paisajes ajenos, fui tomando cierta distancia con todo lo sucedido, y empecé a mirar la ciudad con mis propios ojos, desde mi óptica personal.
Rápidamente constaté la idea de que no hay una teoría capaz de explicar el concepto de las periferias urbanas en su globalidad, sino que era a través del estudio de casos específicos como se podía llegar a un catálogo conceptual de situaciones. No existía un único modelo capaz de explicar el proceso de formación de la metrópolis ni un único plan para su futuro desarrollo.

De vuelta a casa abrí la puerta y caminé hacia el salón. Me dejé caer en la silla de mi escritorio y me quedé mirando la puesta de sol, el ocaso a través de la ventana, las mismas fachadas seguían ahí, esperando. La idea de que para entender realmente el funcionamiento de la ciudad, ésta tenía que ser leída desde la especificidad a la abstracción, de lo individual a lo social, se volvía firme convicción. Llegó la noche, el calor, la humedad. El sudor se pegaba a mi ropa. Era imposible reducir la metrópolis a un sistema harmónico y estructurado más allá de la multiplicidad y la coexistencia de realidades. De madrugada empecé a ver algo claro, tenía que volver a escribir.

Fui directo a la biblioteca, cogí los paseos de Rousseau del estante, me tumbé y leí, y allí, en el segundo paseo:

“Me preguntaron donde vivía; me fue imposible decirlo. Pregunté donde estaba;  me dijeron, «en Alto Mollón»; era como si me hubiesen dicho «en el la montaña del Atlas». Tuve que preguntar sucesivamente el país, la ciudad y el barrio donde me encontraba.”

Cerré los ojos, sombras de la ciudad paseaban por mi imaginación como en un cine, imágenes en movimiento pasando por mi mente mientras yo me iba preguntando en voz casi inaudible, casi susurrando, en qué barrio vivía, en qué ciudad, en qué país… Me sentía relajado, la ventana estaba abierta, el aire corría muy suavemente. Se oía un murmullo de fondo, constante a lo lejos, y dulcemente fui entrando en un sueño hasta finalmente caer dormido.


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    Fecha Terminación: Setiembre 2009

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