Una ciudad eterna
Roma no es sólo la Ciudad Eterna, ciudad que en cualquier caso constituye el palimpsesto, repleto de reescrituras y tachaduras, del que Quaroni extrajo las Cuatro lecciones de veintisiete siglos en 1959. Roma es también «la Maravillosa Ciudad de Ludovico Quaroni», de la que informa Aldo Rossi, como si diera voz a sus propios deseos, en su prefacio a La Torre de Babel, y que el propio Quaroni, cuyo pensamiento había evolucionado mucho entre tanto, publicó en 1967. Maravillosa en el sentido exacto de la palabra, maravillosa porque causa estupor y, en virtud de sus características arquitectónicas y urbanísticas figurativas — las medidas, figuras y materiales, pero también la luz y el movimiento del cielo, sin olvidar el color, la consistencia de la tierra o sus aromas—, parece proponer significados, metáforas, perífrasis que remiten a una cierta posteridad espiritual inagotable. La ciudad como metáfora de la historia, como perífrasis de la psique, como lugar conflictivo de lo político. La ciudad, desde luego, pero sobre todo como sujeto—objeto del Proyecto.
Antonino Terranova
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